¿Qué pensar de una fe que parece no traducirse en obras? ¿Cuál es la identidad de los cristianos?
Hay acciones en la vida que no deberían sujetarse al rigor de un calendario: amar y convivir. Si el comportamiento amoroso de las personas pudiera graficarse linealmente, diciembre mostraría una escalada interesante. Quizás es por ello que algunos han dado en llamarle “el mes más lindo del año”.
Sin ahondar en las razones que impiden a muchos comportarse humana y fraternalmente con el prójimo de manera constante, me pregunto si es correcto aceptar con resignación estos días de tregua en los que muchos abrazos y besos son solo parte del protocolo social. Y es que ser mejores personas es un llamado cotidiano. Hace un año, un amigo colocó la siguiente frase en facebook: “Por este medio se les informa que diciembre ha terminado, por lo que a partir de hoy todos pueden volver a ser los mismos infames de siempre”.
Qué distinta sería nuestra realidad si quienes profesamos esta fe la hiciéramos además práctica de vida los 365 días del año, en casa, en el trabajo, en la universidad y todas las actividades en las que solemos desenvolvernos cotidianamente. Otra cosa sería si nuestras creencias nos hicieran personas capaces de trascender el ritualismo, la prédica o los actos de contricción para salir al encuentro del testimonio liberador y sincero que mantiene activa la llama del amor las 52 semanas del calendario gregoriano.
Diferente sería nuestro entorno si nos abriéramos a la compasión y la vida sencilla, y cerráramos espacio a las apariencias. Otra sería la existencia si más que zancadillas abundaran las manos tendidas.
El adviento brinda la oportunidad de reflexionar sobre las razones y significados de la fe cristiana. Conozco gente que asume la fe como un amuleto para tener buena suerte, o bien la profesan por miedo (a un castigo, al infierno tal vez). También hay quienes la circunscriben a rezos, liturgias y plegarias. Respetuosa de las razones y convicciones de cada quien, creo que Dios no nos suplanta, actúa con nosotros, a través de nosotros y nunca sin nosotros.
Cada ser humano lleva en su interior algo de divino y santo, por ende ser más solidarios, honestos y respetuosos nos acerca a nuestra esencia
De niña me preguntaba por qué Jesús habría decidido nacer en la pobreza de un pesebre si todos los reyes a los cuales refiere la historia se caracterizan por vivir en la opulencia. Extraño es eso de optar por la incomodidad, el frío y la pobreza. Incomprensible elegir la condición de migrante desposeído. Curiosa, analizaba al señor gordo vestido de rojo, a los renos que posiblemente nunca iba a conocer, las luces, el bailongo amenizado por Baco y la compradera loca. ¿Qué relación tendría todo aquello con el misterio espiritual de Belén? Demasiada contradicción para una mente novata.
La representación del portal es más que una estampa vieja de más de dos mil años, es un acontecimiento que sucede cada fracción de segundo en alguna parte de nuestro país. Cientos de niños nacen y aguardan, no a los reyes magos, sino al político probo que con decisiones acertadas velará por su desarrollo saludable; al estudiante que afanado se prepara para contribuir a su bienestar; al terrateniente o empresario comprometidos y justos; a su comunidad; a sus padres, primeros llamados a garantizarle el primer y más sagrado derecho… el de ser amado. Estas certezas, son portadoras de paz, de esa paz a la que tanto se alude en estos días.
Sin espiritualidad, no hay trasformación posible. Feliz Navidad.
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