Algunos ponen en evidencia el papel progresista que ha tenido y que representa en Cuba y en el mundo la imagen de Fidel, y otros nos recuerdan el hecho de que fue un dictador que vulneró derechos humanos importantes en su país. En cualquier caso, fue un personaje que no dejó a nadie indiferente. Comparados con él, la casi totalidad de jefes de Estado del mundo han sido y son actores de segunda o de tercera categoría.
En lo personal, siempre tuve hacia Fidel Castro una actitud más racional que afectiva y por eso jamás coloqué fotos de él (tampoco del Che ni de ningún personaje político famoso, así como tampoco imágenes religiosas ni imágenes con marcas de la sociedad de consumo) en ninguna pared de la casa. Considero un error grave el que Cuba no haya podido consolidar a tiempo su sistema político para rejuvenecerlo en lo que respecta a sus dirigentes y que no haya sabido abordar las reformas políticas y económicas que se hacían necesarias —y que podían hacerse— a pesar del bloqueo. Para mí, Cuba ha logrado un paso de gigante en cuanto a los derechos humanos y a las libertades sociales (derecho a la salud, a la educación, al trabajo y a la vivienda), pero, al precio de un déficit grande, también en cuanto a las libertades políticas (derecho a la libre expresión del pensamiento y derecho a protestar o a disentir políticamente, derecho a viajar fuera de la isla, etcétera) y económicas (desarrollo de la pequeña y mediana empresa). Cierto es que ambos extremos de derechos se balancean con dificultad en la historia de las sociedades: nuestras sociedades, por ejemplo, o casi todas las que conocemos —incluyendo a los Estados Unidos de Norteamérica— gozan más o menos (sobre todo desde un punto de vista formal más que real) de ciertas libertades políticas y económicas denominadas democráticas, pero en materia de libertades sociales somos países perfectamente subdesarrollados y deficitarios en los que, si no tienes plata para pagarte un buen médico, si padeces cierto tipo de enfermedad, pues te jodes y te mueres. Así de simple. Lo mismo que, si no logras pagar el alquiler de tu casa porque has perdido tu trabajo, pues viene la Policía y te saca a palos si es necesario y vete tú a protestar. La justicia es un papel que se lo pasan sin escrúpulos por el trasero.
Pienso que haber nacido en Cuba no es de lo más simpático que hay (pero tampoco lo es haber nacido en Guatemala o en El Salvador, según el barrio o el pueblo del que se provenga), dado que nacer en una isla es, de por sí, como estar en prisión: los barrotes son de agua, estás rodeado de agua por todos los costados y, si no tienes permiso y posibilidad para irte aunque sea a dar un corto paseo afuera a otras partes del planeta, pues te puedes volver loco. Entiendo que mucha gente se quiera ir de Cuba simplemente porque eso de que no te den permiso de salir es una sensación insoportable a la larga, y la gente se va porque quiere conocer otros mundos o porque considera (no siempre con razón) que del otro lado gozará de libertades que en Cuba no existen, víctima del conocido fenómeno que dice: «El otro lado del río siempre parece más verde». En nuestros países centroamericanos, la gente también se va de alguna manera por las mismas razones, aunque la situación objetiva no sea la misma que en la isla. De Cuba se van muchos arriesgando su vida por insuficiencia o déficit de libertades para emprender y expresarse, por monotonía, por carencia de posibilidades de mejorar su situación económica, pero van con un acervo de aprendizajes y de habilidades individuales y sociales para desenvolverse en la vida, aprendidos en la escuela y en la sociedad que ha organizado el Estado. De Guatemala se van también muchos arriesgando su vida igualmente porque aquí se mueren de hambre y de enfermedad, y de aburrimiento también, y jamás pasarán de zope a gavilán, como se dice, y arrastran consigo toneladas de esperanzas, pero también de carencias y déficits crónicos de alimentación y de aprendizaje cuyas consecuencias sufrirán probablemente ellos y sus hijos el resto de su existencia, problemas estos organizados o permitidos también por el Estado.
[frasepzp1]
Sin embargo, el ejemplo que ha dado Cuba al mundo en materia de desarrollo del potencial humano y de desarrollo de la dignidad en muchos campos es impresionante: siendo un país pobre, encerrado por sus propias autoridades y sitiado sin misericordia por los Estados Unidos, ha logrado ser uno de los países más avanzados en el mundo en una serie de áreas como la educación, la atención médica, el deporte y el arte, lo que se traduce en índices que son iguales o incluso mejores que los de países del primer mundo. Sobrevivir —como lo ha hecho esa sociedad— en las condiciones de bloqueo que le han sido impuestas durante 60 años es un acto de heroísmo colectivo. Y dudo mucho que ninguno de nuestros países hubiera podido hacerlo sin bajarse inmediatamente los pantalones ante el país más poderoso de la Tierra.
Esto no quiere decir que yo considere que la vida en Cuba sea ideal y que me gustaría irme a vivir allí. Seguramente no soportaría la vida en la isla por mucho tiempo.
Primero, porque es una isla; segundo, por ciertas carencias materiales que hay; y tercero, porque, como me gusta decir lo que pienso, seguramente las restricciones a la libre emisión del pensamiento terminarían en algún momento amargándome la existencia. Sin embargo, todo lo que digo ahora son meras suposiciones abstractas, ya que nunca he vivido en Cuba. Lo que sí, yo viví seis años en la República Democrática Alemana (de 1984 a 1990) y conocí un tipo de socialismo relativamente similar al de Cuba, aunque con la diferencia de que Alemania Oriental era la décima potencia industrial del mundo y de que, desde luego, no tenía las carencias y limitaciones que tiene Cuba. Pero allá conocí el modo de funcionamiento del socialismo real de tipo alemán y conocí también a muchos cubanos entrañables de origen relativamente humilde que estudiaban en la RDA. También supe de sus dificultades y de sus críticas hacia su propio sistema y he de decir que, de las personas más interesantes, chispudas, dicharacheras, nobles, simpáticas, alegres y competentes que he conocido, los cubanos figuran en primera plana, además de que todos profesaban, independientemente de sus críticas mordaces contra el sistema de su país, un profundo respeto y devoción hacia su comandante en jefe, Fidel Castro. Un compañero mío de trabajo, un negro cubano casado con una alemana y que era un traductor especializado, y sin necesidad de portarse lambiscón ni adulador hacia Fidel, me decía: «Si Castro no hace la revolución, yo habría sido un limpiabotas como mi padre y como tantos como yo. Lo que soy se lo debo a Fidel, y eso jamás lo olvidaré». ¿Hay en Guatemala algún guatemalteco de origen humilde que pueda decir eso de algunos de nuestros políticos? En ese sentido, Cuba está a mil años luz de distancia de lo que nosotros no logramos ni siquiera imaginar.
Sé que esto puede parecerles a muchos de los críticos de Fidel algo incomprensible, pero eso solo muestra esa distancia abismal que acabo de evocar entre lo que es la inteligencia y la nobleza, y la ignorancia y la estupidez.
Algunas personas sensibles critican con relativa razón el que un régimen político o un dictador puedan estar tantos años a la cabeza de un Estado, como ha sucedido en Cuba con los hermanos Castro. Y sacan a relucir como principal argumento el cuco de los miles de asesinatos y las carencias de derechos humanos que ha habido en la isla. Pero, generalmente, estas almas tan preocupadas por el buen cumplimiento de los derechos humanos en Cuba no miden con el mismo rasero a nuestras sociedades latinoamericanas. Las cifras son bastante claras en materia de derechos humanos: en los 55 años de dictadura castrista, desde el 1 de enero de 1959 hasta hace dos años, en 2014, la organización internacional defensora de los derechos humanos Cuba Archive contabilizó un total de 7 101 muertes provocadas por el Estado (fusilamento, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones) y 322 provocadas por opositores. De esas 7 101 muertes, 299 fueron por negligencia médica, 144 por suicidios y 964 en el intento de salir del país (deshidratados, ahogados o desaparecidos).
En los mismos 55 años de vida democrática en Guatemala, un país sin dictaduras porque siempre hubo un juego de elecciones libres, supervisadas convenientemente por los Estados Unidos desde 1954, ha habido no menos de 200 000 muertos y desaparecidos por el Estado guatemalteco con la anuencia de casi todos los países democráticos de América. Es decir, no ha habido dictaduras, pero resulta que somos el país con más asesinatos políticos de América Latina y uno de los tres países más pobres y desiguales del continente. En el Chile de la dictadura de Pinochet (1973-1990), la Comisión Valech contabilizó no menos de 40 280 víctimas, entre detenciones ilegales, tortura, ejecuciones y desapariciones, y 200 000 exiliados, lo que relativamente supera los crímenes de la dictadura cubana (no es que yo apruebe ninguno de los crímenes de la dictadura cubana, pero que no vengan nuestros defensores de las libertades a cantarnos canciones de cuna).
También se calcula (James A. Lucas, en Global Research, del Centre for Research on Globalisation) que los Estados Unidos de Norteamérica, faro mundial y modelo de democracia, desde el año 1945 hasta acabar la guerra, son responsables directa e indirectamente de entre 20 y 30 millones de muertos en diversos conflictos en el mundo (Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, etcétera). (Por comparación, se calcula que Mao en China, por su lado, exterminó a entre 29 y 78 millones de personas durante la llamada revolución cultural; Stalin, en la Unión Soviética, mató a unos 23 millones desde que tomó el poder hasta 1958; y Hitler, en Europa, a unos 12 millones).
También resulta que hoy en día, en esa lumbrera de democracia antidictatorial que representan los Estados Unidos, parece que solamente entre 1968 y 2011 murieron dentro de ese país 1.4 millones de personas por el uso de armas de fuego y hechos de violencia interna, mientras que en el mismo período perecieron 1.2 millones de norteamericanos en los conflictos armados en los que participó el país. Esto, para mostrar el grado de violencia y de desorden que impera en el país más democrático y libre del mundo. Tan solo en el año 2015, por ejemplo, la Policía estadounidense mató a 1 146 personas por razones diversas, justificadas e injustificadas.
¿Qué quiero decir con esto? Que Cuba no es ningún modelo a seguir, pero que tiene su lugar en la historia como una de las sociedades que más han intentado luchar por los derechos humanos en el mundo. Y que a la cabeza de ese esfuerzo, lo queramos o no, se encuentra Fidel Castro y el régimen cubano. Quizá ahora que se suspenda el bloqueo estadounidense sobre la isla y que se normalicen cada vez más las relaciones de todo tipo, Cuba pueda también hacer su autocrítica y asumir los cambios internos que necesita sin perder demasiado de sus logros. En medio de todo, Cuba seguirá siendo, para muchos latinoamericanos luchadores de los derechos sociales en el mundo, un ejemplo y una esperanza. Yo espero, sin cultos ni fanfarrias hacia Fidel (aborrezco los cultos a la personalidad, cualesquiera que sean), que algún día podamos encontrar de nuevo en América Latina algún político o muchos políticos de ese talante y de ese calibre, con la capacidad y determinación para hacer que no haya más, en todo el continente, niños que se mueran de hambre, que padezcan enfermedad y que no vayan a la escuela simplemente porque tuvieron la mala pata de nacer en países como el nuestro.
Más de este autor