1. Persisten enormes brechas entre territorios y grupos de población en el logro de indicadores básicos, siendo las desigualdades más marcadas las que viven las mujeres indígenas del área rural. 2. Carecemos de un consenso nacional de que lograr estas metas mínimas, representadas en los ODM, es lo que deseamos como país. 3. Hay una profunda debilidad de las instituciones públicas para implementar los planes, programas y proyectos que propone. 4. Los planes están desfinanciados, sea porque efectivamente los recursos son insuficientes, se desperdician por mala asignación o se pierden en corrupción.
Al 2010, se estimó que de los 49 indicadores era casi seguro que solo se podrían cumplir 17 y, si acelerábamos el paso, tal vez se alcanzaban otros 15. Sin embargo, hace ya dos años que la matriculación primaria, uno de los pocos éxitos de política pública, reporta reducciones de hasta 3 puntos, sin que haya todavía una explicación objetiva de la razón. Otros, como la desnutrición crónica de la niñez siguen estancadas o pueden, inclusive, haber empeorado.
Así como altas tasas de mortalidad materna son un signo de un fallo profundo en el sistema público de salud, la desnutrición aguda de la niñez es una señal despiadada del incremento de la vulnerabilidad económica de los hogares. Según el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2012, en 20 años, apenas si se ha modificado el indicador de ingreso per cápita. Y, si bien se redujeron algo la pobreza general y la desigualdad, en gran medida gracias a las remesas, no ha sido suficiente para reducir la vulnerabilidad al hambre de otra buena parte de la población.
A 3 años del 2015, comienzan a sonar campanas sobre la necesidad de discutir los contenidos de la agenda global y nacional de desarrollo luego que el aciago plazo se cumpla. No hay duda que las metas del Milenio siguen siendo válidas para el país; ojalá no caigamos en la tentación de discutir nuevas metas y compromisos cuando no hemos cumplido siquiera con estos 49 indicadores básicos de desarrollo. Indudablemente, nuestro país tiene retos que exceden con creces la agenda del Milenio. Pero, si ni esa hemos logrado cumplir, cambiarla o agregarle algo será un mero asunto de corrección política.
Más útil sería ponernos a discutir acerca de las razones subyacentes al incumplimiento y a partir de allí, definir de una vez por todas, una estrategia nacional cuando menos de mediano plazo, para superar estos rezagos. Esto es algo pospuesto ya por tres gobiernos y el actual tampoco ha dado señales claras todavía al respecto.
De cara al 2015, el abordaje a fondo de los contenidos de la política económica tiene especial prioridad. Aquí algunas interrogantes:
Concentrarnos en cerrar brechas territoriales podría aumentar rápidamente el número de indicadores de desarrollo que se cumplen o que aceleran su tendencia al cumplimiento. Pero, ¿podemos forjar un acuerdo político para que reducir la desigualdad extrema (de oportunidades, capacidades y acceso a activos productivos) se convierta en un asunto de Estado?
Entregar los activos públicos en usufructo privado, y vender el derecho de explotar nuestros recursos naturales no renovables podrán generar crecimiento económico pero no necesariamente inclusión ciudadana en la economía. Es decir, se corre el riesgo de seguir con una economía que crece pero que no genera empleo, ni oportunidades empresariales para todos. ¿No existen alternativas para generar crecimiento económico con inclusión y sin producir tanto daño ambiental?
¿Cómo recuperar en el cortísimo plazo una funcionalidad y una ética básica en los sujetos y entidades públicas para que operen a favor del desarrollo y no en contra de este?
En resumen, de cara al 2015, y más allá, propongo que ya no hablemos de los ¿qué? sino que nos concentremos en los ¿cómo?
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