La casa vecina tiene un jardín maravilloso, mejor acondicionado que un parque público. Grandes jaulas para aves exóticas, un saltarín, columpios, resbaladeros y una cancha que mi ignorancia deportiva, me impide adivinar para qué es. La lógica indica que en ese lugar habitan niños, aunque nunca los he visto. Puedo imaginarlos adentro, jugando el play station, el wii, o quién sabe qué otra carajada de esas que nunca termino de conocer, pero que por alguna razón los enajena e hipnotiza, para fortuna de sus padres que hoy pueden adquirir fácilmente niñeras virtuales.
Pienso en lo mucho que mis hermanas y amigos del barrio hubiéramos gozado un espacio como ese jugando tenta, escondite, matado, matatero tero lá, electrizados, policías y ladrones, arranca cebollas, espantados. Los tiempos cambian y parece que eso ya no es diversión. Hay quienes ya no reconocen ni los nombres de los juegos que acabo de mencionar. Más de una vez he contado (a petición de los sobrinos) de qué tratan, y mi narrativa es escuchada cual leyenda tradicional contada al estilo inigualable de Héctor Gaitán (QEPD).
Tener a los niños quietos o la intención (si no más bien la ansiedad) de que estén a la vanguardia de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación–TIC-, hace que algunos padres prefieran regalarles un televisor inteligente, un celular, una computadora o una tablet, antes que un rompecabezas o una alcancía. Hay quienes creen erróneamente que eso hará de ellos personas más civilizadas o educadas.
El filósofo argentino Mario Bunge, opina que antes de darles una computadora, hay que saberlos “alimentar”, crearles conciencia, desarrollarles la moral y educarles el corazón. A ello yo agregaría, que hay que enseñarlos a poner los pies sobre la tierra; a manejar sus finanzas; a amar la naturaleza; a desarrollar sus habilidades intelectuales, corporales, manuales y su resiliencia.
Una amiga organizó una salida familiar al campo y me contaba frustrada cómo sus hijos al llegar, echaron un ojo al verde y florido alrededor para luego preguntar, “Y aquí, ¿a qué nos trajiste? ¿Hay wi-fi?”. Luego de unos instantes de conversación, ambas coincidimos en la sensación de que su pensamiento ha sido formateado por las nuevas TIC. ¡Lo viejo, hoy se reduce a los siete segundos del carrousel vertical de Tuiter! Todo debe ser contado en una breve frase de no más de 140 caracteres o resumido en una imagen fugaz.
Por si fuera poco, el ámbito privado se reduce cada vez más y el placer por contar lo que se come, lo que se hace, lo que se viste o lo que se compra, se convierte en una tentación irresistible. En los últimos tiempos, para cualquier infeliz o simple curioso, es muy fácil crear una vida alternativa, virtual y quedar pegado a ella más horas que el tiempo justo para asumir la propia. Así, pueden tenerse varias personalidades, sexos, condiciones y caracteres en cualquier lugar, sin necesidad de viajar, de invertir los ahorros, corriendo riesgos innecesarios.
También la distancia se ha vuelto relativa. A veces, las personas que tenemos cerca, suelen ser las que están (o sentimos) más lejos o viceversa. La capacidad de memoria se reduce, todo está al alcance del teclado. Wikipedia es el mejor amigo de los estudiantes, aun cuando para Michel Serres (filósofo francés), el uso de esta herramienta, “No excita las mismas neuronas o las mismas zonas de la corteza cerebral” que las que se estimulan al leer un libro.
En muchos casos la gente suele comunicarse o relacionarse mejor a través las redes sociales que por medio de las relaciones cara a cara.
No hay duda. Hay que aprender a vivir con la tecnología y aprovechar sus beneficios, pero también hay que reflexionar y aprender sobre ella para enseñar su uso apropiado. Me aterra la idea de que algún día dejemos de ser humanos para convertirnos humanoides.
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