El autor de la nota Eduardo Guerreiro Losso, captó las diferencias de discurso entre Lula (candidato a la presidencia) y Bolsonaro (actual presidente) en donde, mientras este último, cabeza del gobierno actual fomenta un ambiente público bélico, agitado y angustioso, su contraparte habla de cuidados y de cariño. Para Guerreiro, esas diferencias son importantes para comprender mejor la atmósfera depresiva que se cierne sobre la ciudadanía, quienes enfrentan el yugo de un gobierno que ataca incesantemente las estructuras del Estado democrático.
Así también, Guerreiro, hace énfasis en que no toda la ciudadanía sufre de esa depresión cívica causada por las agresiones del gobierno, solamente sufren aquellas personas que están más politizadas, pues al contrario de ellas, aquellas, quienes apoyan esas políticas antidemocráticas, participan o se benefician de ellas e incluso aquellas personas indiferentes que no saben ni qué está pasando, no resienten un régimen autoritario y opresor.
En lo personal, considero que, en Guatemala, no necesariamente la depresión cívica se da solo en quienes hemos ido comprendiendo que toda acción es política, sino también, en todas aquellas personas que sufren de la ausencia del Estado en sus vidas. Sin embargo, para quienes deben buscar constantemente su sobrevivencia, la construcción de un país digno no es un asunto priorizado. Antes que organizarse, conocer la historia o salir de protesta, hay que comer. Quiero dejar en claro que no necesariamente todas las personas que se enfrentan cara a cara con la desigualdad y la pobreza están despolitizadas. En esta columna estoy resaltando que son muchas las y los ciudadanos que deben priorizar cuestiones de derechos humanos básicos antes de preocuparse por las decisiones políticas que se estén tomando desde los tres poderes del Estado.
Esa depresión cívica de la que Guerreiro habla en su propia columna, la sentimos a diario con esta guerra que el gobierno de Alejandro Giammattei y otros gobiernos anteriores han desatado contra la y el ciudadano común. La justicia no se aplica. La impunidad reina entre sus aliados y se castiga a aquellos que están en contra de sus intereses. Los principales personajes del gobierno (dentro y fuera del Estado) se convierten en esta especie de bullies antidemocráticos que amenazan, persiguen y asesinan a quienes les mueven el cómodo piso en el que se sostienen. En redes sociales, estos atacan bajo pseudónimos ridículos a quienes escriben y manifiestan sus inconformidades. Esos enfrentamientos suceden continuamente sin ninguna respuesta por parte de las instituciones de justicia y confirman un Estado cada vez más duro, lleno de desesperanza y miedo.
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En la nota de Cult, Guerreiro cierra afirmando que la depresión cívica lleva a la ciudadanía a sentir disgusto y cansancio por lo que pasa, ya que todo indica que no hay escapatoria y que la situación política es un callejón sin salida. Él resalta que cuando Lula menciona que el cariño y los cuidados son necesarios, sobretodo en la dimensión afectiva del espacio público, se está refiriendo a la revolución que implica el cuidado colectivo. En Guatemala las constantes violaciones e injusticias que este gobierno abandera, más la devastación moral y económica que la pandemia ha arrastrado en nuestra sociedad, así como nuestra historia llena de muerte y despojos, parecen asolar a cualquier ciudadano conmovido y solidario ante una vida tan dura, y cesar los liderazgos de quienes sí están dispuestos a involucrarse en la política partidista.
Muchas veces nos hemos preguntado por qué el pueblo no es capaz de levantarse en un movimiento político que obligue a cambiar el rumbo del país, como lo hemos visto en Sri Lanka, Chile o Colombia. Por qué, por ejemplo, en la lucha para recuperar la única universidad pública, parece ser que las y los estudiantes están solos. O por qué no hemos sido capaces de unirnos a la lucha del Comité de desarrollo campesino (CODECA) por una vida digna. Por qué no hacemos nada. Por qué nos quedamos estupefactos ante cada desdén, intimidación o cualquier acto de corrupción promovidos por políticos y cámaras empresariales. Parece ser que la depresión cívica podría responder a una parte del problema, que es mucho más complejo que este concepto teórico. De lo que sí estoy segura, es que quedarnos inmóviles no es una opción.
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