Hace un par de meses, leí una entrada en el blog de Javier Marías que empezaba así: “Hay piezas que, la verdad, uno creía que ya no tendría que escribir jamás, por superfluas, y sentarse ante la máquina para soltar obviedades y lugares comunes produce una mezcla de aburrimiento y depresión. ¿Todavía hay que defender esto?, se pregunta con desaliento. ¿Cómo es posible?”. Y esta vez, más que nunca, comparto su sentir.
En la segunda quincena de junio, tres cuadros míos –los primeros de una serie de dibujos de desnudos masculinos– fueron retirados de la galería de Design Center, porque “algún niño podría verlos”. Luego de que varios de los participantes en esa misma exposición colectiva me apoyaran y se hiciera una pequeña (pero valiosa) manifestación vía redes sociales, Design Center revocó su decisión y los cuadros se quedaron allí puestos. Ciertamente dudo que alguna galería de arte (y menos esa) dobletee durante el día como guardería infantil, pero, aunque así fuera… ¿de verdad en Guatemala seguimos pensando que la mente de un menor de edad se pudre por ver un cuerpo desnudo en una obra de arte? Me temo que sí y ejemplos no faltan.
Esa misma semana, el fotógrafo Eny Roland Hernández, uno de los artistas incluidos en la recién terminada (y en mucho deslucida) XVIII Bienal de Arte Paiz, fue también objeto de censura, no solo por parte del almacén TROPIGAS, sino –aunque con eufemismos (y muy bonitos, faltaba más)– también por parte de algunos encargados de la bienal. Aunque la obra de Eny conllevaba un importante fondo sobre la tolerancia y la defensa de la diversidad sexual, no entraré en detalles al respecto porque dichos detalles, en realidad, no fueron un elemento a la hora de censurar la imagen en cuestión. Eny, actuando dentro de Galería Urbana (a dúo con Neko Saldaña y en esta ocasión colaborando con Luis González Palma) colocó fragmentos de una fotografía suya (que en el marco de la bienal, nadie pudo ver completa) a lo largo de la Sexta. Una mano sosteniendo una manzana por aquí, unos pies por allá, un pecho allá arriba, un rostro por otra parte. Pero el problema fue el abdomen que solo logró estar completo menos de 48 horas en la pared de TROPIGAS, pues en este se veía, dios nos libre, la entrada del vello púbico. Y no, a la vista del público no había ni pene ni escroto (que igual no tendría nada malo, pero al menos sería más entendible el relajo). O sea, la molestia de TROPIGAS fue por la sola insinuación en su pared, de un cuerpo masculino sin ropa…curioso contraste con las edecanes que suelen bailar reguetón en la entrada de sus almacenes ataviadas con escotados minivestidos, para atraer a su, supongo yo, digna y recatada clientela. No sé si a la hora de ceder su muro a una bienal de arte el dueño de TROPIGAS supuso que le colgarían una linda acuarela del arco de la antigua, un óleo del lago de Atitlán o quizá unas coquetas sandías de crayón pastel, pero lo cierto es que, según dijo, la foto de Eny iba contra sus principios. Una considerable ola de apoyo hacia Eny no logró su cometido, sino más bien solo consiguió que Silvia Herrera, su curadora a cargo, le pidiera vía correo electrónico que dejara hacer comentarios negativos, que se guardara sus rabietas y que no le subiera el volumen al asunto porque el señor tenía todo el derecho de no querer esa foto en la entrada de su almacén, como si hubiera algo intrínsecamente inmoral con la foto. Por su parte, Adrián Lorenzana (quien por cierto decidió bloquearme del muro de la bienal en Facebook, supongo que para evitar comentarios como los que hago en esta columna) reprendió molesto a Eny por el fragmento del pecaminoso abdomen, aduciendo que ni él mismo querría que su madre viera eso. En Facebook, la Fundación Paiz publicó un pequeño comunicado aduciendo que no creen en la censura y que gestionaría otro espacio para la obra de Eny. Por supuesto, el espacio jamás fue buscado por más que el artista insistió. Aparentemente en lo que no creen los encargados de la bienal es en aceptar el uso de la palabra censura, que es muy distinto a no creer en ella.
Ya a propósito de la Bienal de Arte Paiz en 2008, en la que también hubo censura –y a tres piezas, ni más ni menos– Rosina Cazali había escrito “Los eventos ponen en evidencia algo más complejo y subyacente: que estamos a años luz de resolver la difícil relación entre el arte actual y las instituciones culturales de corte conservador”. Muy triste encuentro que nada de eso haya cambiado desde que ese año el IGA escondiera los desnudos de Alejandro Anzueto (quien tampoco en ese entonces dice haberse sentido apoyado por la Fundación Paiz), la Municipalidad de Guatemala retirara de la pared externa de Casa Ibargüen los geniales perros copulando de Jorge Mazariegos y Fundación G&T se deshiciera de los lienzos ensangrentados de Isabel Ruiz. Y bueno, no es que me sorprenda que una bienal tristemente creada por un supermercado se preocupe en quedar bien con los patrocinadores (que justamente este año incluyen ni más ni menos que a Montana Exploradora de Guatemala, S.A.) ni que las empresas locales que tienen plata para patrocinios sean propiedad de mara dolorosamente conservadora. Lo que me sorprende es que entidades que se hacen llamar “de arte”, sean galerías, museos o fundaciones, no estén mucho más avanzadas en cuanto a conceptos y criterios que cualquier guatemalteco de a pie y todavía sientan pena y vergüenza por promover el cuerpo como instrumento de libertad y dignidad. Hace unas semanas en Plaza Pública, Karin Slowing escribía acertadamente que, si bien algunas facciones de las élites económicas tradicionales apuntan un mayor nivel de sensibilidad, su preocupación discurre todavía primordialmente en la esfera de lo discursivo y todavía ensayan formas de realizar su responsabilidad histórica frente a las masas sin alterar el statu quo, lo cual, aunque ella lo dirigía a cuestiones sociopolíticas, creo que aplica perfectamente bien para el mundillo del arte, que al final también acarrea los mismos fines.
Lo que duele por sobre todo es que esta estrechez de mente tan típicamente guatemalteca va mucho más allá de arrancar fotos pegadas en un muro o prohibir cuadros en una galería. Este pavor al cuerpo, al sexo y a la libertad es el instrumento que se utiliza y perpetúa a conveniencia de ciertos sectores para boicotear cualquier intento de avances en cuanto a educación sexual se refiere y, como resultado, allí están nuestras niñas pariendo hijos (http://www.elperiodico.com.gt/es/20120626/opinion/214146/) al mismo tiempo que un reglamento al respecto duerme inútil gracias el yugo de la Conferencia Episcopal de Guatemala, las buenas mujeres siguen reducidas en el imaginario a adornos que se deben mantener encerrados bajo llave y nuestras minorías sexuales son ignoradas, cuando no insultadas o maltratadas.
Esta columna se abrió con una cita y la termino con otra, esta de Eduardo Galeano: "Dice la Iglesia: el cuerpo es pecado. Dice el mercado: el cuerpo es un negocio. Dice el cuerpo: Yo soy una fiesta”. Y yo digo, ya es hora de que por fin empiece la parranda.
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