Así percibo al país, como un enfermo de sífilis, con toda la carga estigmatizadora de esa infección, que se asocia con cuerpos enfermos, con penes y vaginas lesionados. Y es que el problema con la sífilis es que para mucha gente no es gran cosa. Se puede curar, se puede ocultar, se puede fingir que no existe y dejarla para después, ya que enfrentar la medicina tal vez puede ser más aterrorizante o vergonzoso.
Algo peor sucede con el neoliberalismo. Para comenzar, como en un buen hogar ...
Así percibo al país, como un enfermo de sífilis, con toda la carga estigmatizadora de esa infección, que se asocia con cuerpos enfermos, con penes y vaginas lesionados. Y es que el problema con la sífilis es que para mucha gente no es gran cosa. Se puede curar, se puede ocultar, se puede fingir que no existe y dejarla para después, ya que enfrentar la medicina tal vez puede ser más aterrorizante o vergonzoso.
Algo peor sucede con el neoliberalismo. Para comenzar, como en un buen hogar guatemalteco, no se habla de la enfermedad, no se enseña su prevención y, por el contrario, se dedica tiempo a educar en el miedo, a enseñar obediencia y a esperar que con oraciones o rezos todo esté bien. Y digo que el neoliberalismo es peor que la sífilis porque ni siquiera se reconoce como problema, no se nombra y se disfraza a cómo dé lugar para ocultarlo.
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De momento, la clave de la ocultación del neoliberalismo es la propaganda, que se diversifica y presenta por espesores superpuestos, de manera que anticomunismo, religión y patriarcado se mezclan para mantener a la gente ocupada en debates inútiles en su mayoría. Y con esto quiero dejar claro que las luchas de las mujeres, de los pueblos originarios o de los colectivos LGBTIQ+ no son el problema. El problema es la contraofensiva permanente antiderechos, que mantiene a la masa ocupada con el apocalipsis que causarán dos hombres o dos mujeres casándose, las mujeres decidiendo sobre su cuerpo o una comunidad diciéndole a una minera: «No, gracias. Estamos bien sin ustedes». De hecho, ni siquiera hemos llegado a la discusión ineluctable acerca de cuánto debemos pagar en impuestos para mantener el Estado funcionando sin más deuda.
Ya sé. Suena necio de mi parte y reconozco que no encuentro otra forma de resistir aparte de arañar las escamas del monstruo esperando que otras personas hagan algo parecido. El neoliberalismo en su dimensión global es una etapa inédita del capitalismo precisamente por su enorme capacidad de adaptación mediante la destrucción de la verdad. Llevamos 40 años viviéndolo, y la gente no lo reconoce. Eso es algo asombroso, como asombrosa es la cantidad de productos altísimamente refinados que genera ese sistema: millones de pobres de derecha que claman por una mano dura que los domestique, recortes de impuestos para los ricos, libertad empresarial sin límites y abandono del ambiente para beneficiar a los ricos, que habrán de derramar sus riquezas sobre la pobrería (quisiera agregar risas grabadas, pero es imposible en una columna de opinión).
Sigo encontrando solo una razón para resistir y continuar abogando por el pensamiento crítico y el Estado laico: los millones de niñas y niños que hoy en la noche, y mañana, y pasado, pasarán hambre gracias a la indiferencia, la ignorancia, la religión y la propaganda. Solo Guatemala aumenta consistentemente la pobreza extrema y la desigualdad mientras crece su consumo de helicópteros y bienes de lujo. Así, la próxima vez que un joven marginado le ponga una pistola en la cabeza o que sus derechos sean ignorados, no se queje. Celébrelo como quien anuncia su infección de transmisión sexual.
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