Como consecuencia de esa relación dialéctica, Marx esperaba que el capitalismo falleciera víctima de una crisis mortal.
Adicionalmente a lo mencionado, el marxismo también planteó la contradicción entre la acumulación privada de capital y el carácter social de la producción. El planteamiento marxista en este caso parece revelar una verdad evidente. Mientras que la producción capitalista depende cada vez más de redes sociales complejas e interdependientes, el capital y las rentas que genera continúan siendo propiedad privada.
Según el planteamiento marxista, tarde o temprano el capitalismo sucumbiría frente a dicha contradicción, generándose entonces un sistema económico en donde tanto la producción como la reproducción económicas estarían basadas en la propiedad social y no en la propiedad privada. Pero lo que no quedó claro a partir de este planteamiento es cómo se organizaría la producción y el intercambio de mercancías (bienes y servicios).
En la primera mitad del siglo XX, los diseñadores de políticas socialistas buscaron dar respuesta a esa indefinición del planteamiento marxista a través del desarrollo de una economía planificada que sustituyera al mercado como mecanismo de asignación de recursos. Frente a la economía capitalista y su mercado, los diseñadores de políticas del socialismo real pensaron que la planificación permitiría asignar recursos de manera más eficiente y equitativa.
Pero todas las experiencias del socialismo real fracasaron en su experimento. La planificación socialista no fue capaz de generar innovación tecnológica ni asignación eficiente de recursos, a pesar de mejorar significativamente la distribución del ingreso. Es decir que el plan se convirtió en un buen medio para la redistribución de la riqueza, pero no para la creación de la misma.
Más aún, el capitalismo a lo largo del siglo XX incrementó la productividad y la riqueza de una manera tal que elevó a la mayoría de la población europea occidental, norteamericana, japonesa, y australiana por encima de la pobreza y la miseria. Y el Estado bienestar o Estado providencia consiguió proteger a la población de los peores riesgos económicos y sociales derivados del desempleo, la enfermedad, la discapacidad y el envejecimiento. Fue este capitalismo altamente productivo y armado de esquemas de protección social el que finalmente derrotó al socialismo planificado en la batalla política, económica e ideológica.
Sin embargo, a partir de los años ochenta empezó a surgir una variación en el planteamiento socialista liderada por China. En este planteamiento se eliminaba la planificación socialista para paulatinamente permitir que fuera el mercado nuevamente el mecanismo principal de asignación de recursos. De igual manera se permitía la operación de empresas privadas capitalistas sujetas a un marco regulatorio flexible. Al final se generó un modelo que los chinos denominan “socialismo de mercado” y los economistas occidentales prefieren llamar “capitalismo de Estado”. Se trata de un modelo económico donde la propiedad pública y la privada conviven, y donde por lo tanto existe tanto producción social con apropiación privada, como producción social con apropiación social.
Hoy, las principales economías emergentes del mundo (China, India, Brasil y Rusia) poseen sistemas económicos donde la presencia del Estado es muy grande (representa más del 30% de la producción de riqueza total), y donde el mercado es el principal mecanismo de asignación de recursos. Desde ese punto de vista, son economías capitalistas de Estado o ejemplos de socialismo de mercado.
¿Triunfará el socialismo de mercado sobre el capitalismo, así como el capitalismo lo hizo sobre el socialismo real y sus economías planificadas? ¿Será capaz el socialismo de mercado de sostener sistemas políticos democráticos y abiertos como sí lo ha hecho el capitalismo en la mayor parte de países de la OECD? ¿Y podrá el socialismo de mercado construir sistemas de protección social como los existentes en algunos países con economías capitalistas?
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