A nivel global y nacional, habrá un aumento de fenómenos climáticos extremos y un aumento de los desastres. En Guatemala, todos podemos recordar el Mitch, el Stan o el Agatha, así como las sequias del 2002 y 2009. Si comparamos la situación actual con la de hace 30 años, en Guatemala tenemos ahora más huracanes y lluvias fuertes, con inundaciones cada vez más frecuentes. Las sequias vienen con la misma regularidad, pero son más intensas. Habrá un aumento gradual de la temperatura y una alteración de patrones de lluvias, con ampliación de la canícula y más días de lluvias intensas. Lluvias que van a hacer cada vez más daño, pues la vulnerabilidad social y ambiental de Guatemala aumenta con hambre y pobreza por doquier, menos cobertura forestal y más cultivos en laderas. Lluvias cada vez menos fuertes, según la escala Saffir-Simpson, producirán desastres mayores. Recuerden los impactos de la tormenta tropical Agatha en 2010 o la depresión tropical 12-E en 2011. Y no eran ni huracanes…
Va a llover peor, lo que afectará enormemente a la agricultura y a los pequeños agricultores de subsistencia que viven mirando al cielo para ver cuándo llueve y si llueve bien. Nuestra agricultura es altamente vulnerable a la variabilidad climática, debido a la casi completa dependencia del agua de lluvia para la producción agropecuaria. El riego es un avance tecnológico casi inexistente en este país, pues apenas cubre el 5% de la superficie cultivada. El cambio climático reducirá la productividad de alimentos y hará la producción aún más errática en regiones donde la productividad agrícola ya es baja de por sí. Este año es otro ejemplo de lo que digo.
Pero el cambio climático no sólo afecta a la seguridad alimentaria y nutricional a través de la reducción de la producción, pues el aumento de inundaciones y sequias también aumenta el hambre. Recientes análisis en la India y México han venido a demostrar algo que nadie se imaginaba, que las inundaciones hacen aumentar la desnutrición crónica infantil, especialmente en niños que tienen menos de dos años cuando sucede el evento (recuerden, la ventana de los 1,000 días). Y no sólo la desnutrición, pues los niños mexicanos también presentaban retraso en lenguaje, memoria, pensamiento espacial, crecimiento y peso. Hablando en plata, que eran más bajos, más delgados, más tontos, más callados y menos chispas a causa de las inundaciones. Cuanto mayor es la duración de la inundación, mayores son los impactos. Y esto también sucede con las sequías, pues los menores de dos años que pasaron una sequía severa en Zimbabwe sufrían años después mas desnutrición crónica que quienes no la vivieron.
Claramente estamos ante un ciclo perverso, pues la desnutrición a su vez mina la capacidad de recuperación y los mecanismos que tienen las poblaciones vulnerables para sobrellevar los impactos, disminuyendo su capacidad de adaptarse a las consecuencias del cambio climático. La resiliencia humana frente al cambio climático depende enormemente de sus activos fisiológicos (adecuada nutrición) e intelectuales (conocimientos, empoderamiento, capacidad de voto, conocimiento de derechos). Los cuerpos desnutridos tienen menos capacidad de hacer frente a desastres. Los niños que se encuentran en la ventana de los 1,000 días son muy sensibles a las sequías e inundaciones, pero si están bien nutridos son más resistentes y experimentan una recuperación más rápida.
Aunque no está todavía analizado, todo apunta a que la altísima desnutrición crónica observada en algunos lugares de Guatemala, como en el Corredor Seco, puede deberse a una combinación de factores estructurales, que operan igual a lo largo de todo el año, y factores ambientales recurrentes. Hambre crónica y hambre estacional están ligadas y se retroalimentan: dos enfermedades que afectan a miles de niños y niñas a la vez, haciendo imposible su desarrollo.
En nuestro país, lluvias y sequías son los mayores factores de riesgo para los hogares vulnerables, al aumentar el hambre estacional en el corto plazo y el hambre crónica en el medio plazo. Los impactos nutricionales en los primeros años de vida tienen un enorme impacto en el desarrollo físico e intelectual cuando sean mayores. El cambio climático está minando a la juventud guatemalteca y afectará al desarrollo económico de largo plazo del país. ¿A alguien le importa? Hay que hacer algo ya por el presente y el futuro de Guatemala. Prepárense todos para una mayor cantidad de eventos climáticos extremos que provocarán cada vez más emergencias humanitarias y empujarán al alza la desnutrición crónica y aguda. El cambio climático aumentará el hambre en el país de los desnutridos. ¿Estamos preparados?
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