Son incontables los vocablos provenientes de la jerga popular mexicana que han sido incorporados al habla cotidiana en Guatemala, pero uno en particular llamó mi atención porque no lo había escuchado con tanta frecuencia. Me refiero al chairo, a ese concepto displicente reservado, según mi entender, a personas que se atreven a criticar a las derechas, al neoliberalismo, y que simpatizan con lo popular, con la defensa del ambiente y con causas imposibles en algunos casos. Ser chairo también se asocia, desde el poder, con la incapacidad para hacer algo productivo, con la persona que no trabaja de sol a sol. Dicho en otras palabras, ser chairo es ser pobre y atreverse a no ser obediente. Y es que nunca he escuchado ese escupitajo verbal contra personas que no estén en virtual condición de subalternidad.
Dado que los conceptos son territorios en disputa, también apareció recientemente el escupitajo en reversa con el advenimiento del derechairo, que no es otra cosa que el pobre de derecha (el producto más refinado del capitalismo). Pero, si ponemos atención, tal vez estemos de acuerdo en que chairos y derechairos se enuncian en un código dominado por la separación de la sociedad en clases. En ambos casos el problema no es pensar o interpelar al otro. El problema es ser pobre y atreverse a tener alguna voz, aunque esta se diluya en las redes sociales de la Internet.
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Si ser chairo o chaira es malo, ¿qué hacer para dejar se serlo? La respuesta es fácil, pues lo chairo se cura con una sola cosa: la obediencia. Sí, esa es la fórmula para ser un buen pobre invisible. Y cuando digo pobre no me refiero a cómo se percibe cada persona. Me refiero a cómo nos perciben quienes realmente poseen capital y poder económico.
A propósito titulé esta columna con un oxímoron, ya que el chairo obediente no existe, y la idea fundamental, como usted habrá percibido, es reivindicar la desobediencia, la capacidad de decirle no al poder, de resistir y de atreverse a pensar. ¿Habrá de por medio causas perdidas y hasta esencialismos que parezcan absurdos? Sí, sin duda los habrá, pero la humanidad ha evolucionado gracias a personas en rebeldía que protagonizaron las grandes revoluciones y lucharon por el voto de las mujeres, las jornadas de ocho horas e incontables derechos civiles que, nos guste o no, fueron conquistas, no regalos del sistema.
Déjeme terminar entonces con un llamado a que reivindiquemos la rebeldía y la resistencia desde la subalternidad. Como en otras columnas, evito pontificar sobre qué palabras son buenas o malas. Lo importante, según yo, es reconocer la contienda y evitar que el enemigo nos imponga sus códigos.
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