Me molesta, por supuesto, esa clase de ignorancia por la que queremos que todos sean como nosotros. Pero, luego de ver unas encuestas según las cuales un 60 % de la población latinoamericana prefiere la mano dura (la misma que ofreció Otto Pérez), como dice la ranita de los memes, se me pasa.
Recuerdo una protesta a la que fui en Bogotá hace unas semanas. Grupos trans y gays pedían respeto a sus derechos. En medio del parque se hacía un performance en el que chicas trans le decían a un profesor que no las llamara por su nombre anterior: que no les dijera Alejandro, sino Alejandra, porque era su nuevo nombre, su verdadera identidad.
Digo que la homosexualidad es un crimen porque esta manifestación en Colombia —como muchas más— se desató luego de que el joven de 16 años Sergio Urrego se suicidara el año pasado saltando de un centro comercial tras la presión de los padres de su novio —que lo acusaron incluso de acoso sexual— cuando se enteraron de que ambos tenían una relación amorosa.
Este acontecimiento estremeció a Bogotá, pues, como venía de un colegio bien, se evidenció este bullying generalizado. Y como me dijo alguien, no es la primera vez que sucedía algo similar. Pasa más bien seguido, pero los suicidios juveniles se atibuyen a otras causas porque las mismas familias intentan esconder la inclinación sexual de sus hijos.
Entonces, tras este shock que vivió la sociedad bogotana, la Corte Constitucional le recomendó al Gobierno aprobar una guía para que las escuelas y los colegios ajusten en sus manuales de convivencia una cartilla que les enseñe a los maestros cómo abordar con los estudiantes temas relacionados con la diversidad sexual para que puedan tratar mejor a los alumnos.
Los sectores conservadores, encabezados por las Iglesias evangélica y católica, rechazaron esta cartilla. El debate se alimentó con manipulación, e incluso sacaron a luz una publicación belga de hace varias décadas que era pornografía homosexual y dijeron malintencionadamente que era lo mismo, de modo que tergiversaron el contenido de la cartilla, impulsada por la ministra lesbiana Gina Parody, a quien la insultan con apodos abiertamente homofóbicos masculinos.
Ante esto, el expresidente Álvaro Uribe (un Alejandro Berganza con poder) mezcla el asunto de la cartilla con los acuerdos de paz (a los que se opone) y afirma que se tratará de convertir a los niños en homosexuales en vez de educarlos sobre la diversidad sexual mientras dice que la firma de la paz les dará el poder a los guerrilleros.
Y como esto de la cartilla se volvió una negociación política, el presidente Juan Manuel Santos le ha bajado diplomáticamente el volumen para no perder del todo al electorado conservador, que no acepta la educación sobre diversidad sexual, pero que sí apoya el plebiscito sobre los acuerdos de paz.
Me fui de la protesta con cierta satisfacción de ver a la gente reclamar sus derechos. Creo desde hace un tiempo que aceptar ser homosexual en nuestros países sociópatas es un acto de heroísmo.
En el taxi me comentaron los amigos que los ataques contra la ministra Parody seguían y que incluso se habían dado manifestaciones exigiendo su renuncia. Ahora veo a Sandra Morán, a quien le intentan ningunear su condición de mujer diciendo que por ser lesbiana no representa a las no lesbianas. Y lo dice un hombre. ¿Será entonces que los heterosexuales no pueden representar a los gays?
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