Tenemos suficiente neoliberalismo en Guatemala. Una élite depredadora mantiene al país en el mayor fracaso económico de la región. Solo en Guatemala y en Honduras la pobreza extrema ha crecido sin parar en lustros y el hambre aumenta de forma sostenida, con el agravante externo de la pandemia por covid-19, en la cual también se ha evidenciado el espíritu avorazado de las élites económicas y políticas.
Pero, en un contexto de destrucción de la escasa institucionalidad existente, incluso frente al galopante avance del narco en las estructuras de gobierno, no debemos perder de vista que el proyecto político, económico y cultural neoliberal es el verdadero enemigo y que las pocas familias que se benefician de este deben ser un día apartadas del poder.
Tarea nada fácil porque, como hemos dicho, la élite depredadora ha construido hegemonía a través del miedo, la religión, la ignorancia y la represión, que se siguen ejerciendo mediante persecuciones selectivas y actos de violencia dirigidos a quienes interpelan el poder criollo, racista, inculto, patriarcal y religioso.
Ante un escenario tan nefasto, en ocasiones resulta refrescante asumirnos como ciudadanos y ciudadanas del mundo y disfrutar de los cambios que sí ocurren en otras latitudes, como el que está operándose actualmente en Chile.
Chile ha sido por décadas el escaparate del proyecto neoliberal: un Estado fuerte en lo policial, débil y gentil cuando se trata de lidiar con regulaciones de los grandes capitales y excluyente con la gente más pobre. Un Estado en el cual, pese a los significativos ingresos por el cobre y otras actividades económicas, la mayor parte de la población no tiene acceso a una pensión digna porque las pensiones fueron parte del negocio de las privatizaciones. Y se sabía que era negocio porque los militares conservaron su esquema de retiro intacto, pero le recetaron pobreza al resto de la población.
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Chile también ha sido excluyente respecto a la educación superior, por citar un ejemplo importante, toda vez que se construyó un esquema de endeudamiento que pone a personas muy jóvenes frente a la disyuntiva de endeudarse de por vida o dejar de estudiar en la universidad. Lo anterior, junto con otros muchos problemas sociales y ambientales, se combinó con la represión fascista contra manifestaciones pacíficas. En esa coyuntura crítica se evidenció el espíritu antidemocrático de las élites de derechas y cuánta confianza tenían en su modelo hegemónico, policial, de obediencia y miedo.
Pero este mal no duró cien años. El resultado de los comicios para elegir una asamblea constituyente describe un estruendoso fracaso de los sectores más conservadores y de las derechas neoliberales. Asimismo, la gente en Chile votó abrumadoramente por candidaturas independientes que, si bien no pueden calificarse de antineoliberales por definición, tienen una representación desde lo local que no se ha visto en la región en mucho tiempo.
Recordemos que todavía está vigente en Chile una constitución de la dictadura pinochetista, que será reformada. Y desde ya se escuchan los gemidos de los nostálgicos de un éxito económico que no era para toda la gente. Pero suenan más los aplausos de la gente que tiene derecho a jubilaciones dignas por las cuales ya pagó. Se escucha más fuerte la celebración de la gente joven que aspira a tener mejor educación. O, dicho en palabras de Noam Chomsky, la gente aspira a tener un poco más de control sobre sus vidas. Y en el caso de Chile, las mentiras y el miedo no fueron suficientes para frenar el cambio.
Una carcajada y un saludo afectuoso para el pueblo chileno.
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