Santa Cruz Barillas, la masacre de Alaska, Puerto Quetzal, la CA-2, (el año pasado: dictamen negativo porque el préstamo incluía la adjudicación directa de la obra a una empresa del país prestatario; este año, obtiene el aval); licencias mineras se conceden contra la voluntad de las comunidades; las reformas a la ley de minería se entregan cuando no han pasado ni los nueve días de las ejecuciones extrajudiciales de Totonicapán; hidroeléctricas que no alumbran las aldeas pero sí las dejan sin agua; un presupuesto que violenta el desarrollo humano, pero que está presto a aprobarse porque las obras "públicas" alimentarán el erario personal de varios; criminalización de la protesta; racismo floreciendo del alma de la gente cual tulipán cuyo bulbo, enterrado en invierno, brota nomás se derrite la nieve en primavera...
“Los niños no se alteraron. Uno de ellos inició en la armónica los acordes de una canción de moda. “No toques hoy”, le dijo el coronel. “Hay muerto en el pueblo”. El niño guardó el instrumento en el bolsillo del pantalón y el coronel fue al cuarto a vestirse para el entierro”.
Las capas medias, esperando un ascensor que nunca parará en su piso. Buscan quién la pague, no quién la debe; siempre está ese "indio", a quien se puede ver para abajo. Una sociedad polarizada y confrontada de nuevo, el ejército conteniendo el descontento social; la razón, el argumento, dejan de tener significado. La “paz y el progreso del otro”, impuesto a la fuerza.
"—Mira en lo que ha quedado nuestro paraguas de payaso de circo —dijo el coronel. Abrió sobre su cabeza un misterioso sistema de varillas metálicas—. Ahora sólo sirve para contar las estrellas. Sonrió. Pero la mujer no se tomó el trabajo de mirar el paraguas. “Todo está así”, murmuró. “Nos estamos pudriendo vivos”. Y cerró los ojos para pensar más intensamente en el muerto".
Para recuperar el ánimo, intento revivir aquel mágico concierto con que se conmemoró el primer año de la firma de la Paz. Todas las iglesias del Centro armonizaron sus campanarios, se tocó una melodía al unísono; la gente en las calles, caminábamos a la par sin saber quiénes éramos; pero ilusionados todos, con la posibilidad que se abría de un país para todos.
Pocos meses después, mataban a Monseñor Gerardi por ponerle nombres al horror.
En menos de un año, llevamos ya más de 700 manifestaciones, varios presos, muertos, heridos; los ánimos calentados; todo al filo de decantarse de un minuto al otro a sucesos peores, que la mayoría no deseamos.
Pero ¿quién se recuerda de los campesinos presos en Barillas por defender su tierra? ¿Del maestro en prisión sin debido juicio? ¿De la maestra consignada por impedir que golpearan a una alumna? ¿De la comunitaria baleada en San Pedro Ayampuc por no querer que el "progreso" raje su casa? No hemos tenido descanso del terror, de la violencia. De 36 años de conflicto armado pasamos a 15 de violencia y muerte con variopinto apelativo; ha sido igual de atroz. No importa si le llaman violencia común, por maras o narcos; para los ciudadanos, violencia es violencia. Monseñor, seguro, estaría allí, al lado de ellos.
Y aún así, el General, todavía tiene quién le escriba. Su reforma constitucional, su ley de minería..., va distanciándose más y más del pueblo que lo votó.
El Estado, carcelero feroz, ha tomado todas las llaves del reino en sus manos, y no cejará, por lo visto, hasta despojarnos del último acervo que nos queda: ¡la dignidad de decir que no!
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