Trato de imaginar qué puede motivar el voto de algunos sectores amplios que posiblemente determinen un significativo nivel de abstencionismo en las próximas elecciones. Esto que presumo viene dado por las restricciones a las campañas, en las cuales ahora es más difícil hacer regalos y acarreos. Pero también es muy importante la incertidumbre sobre las figuras que finalmente aparecerán en las papeletas.
El día que escribo esta columna no se ha definido si pueden participar Zury Ríos y Thelma Aldana. Ambas tienen posibilidades electorales de ser inscritas. Por su parte, Sandra Torres cuenta con organización partidaria, amplio reconocimiento y un antivoto importante. Aparte de ellas tres, es difícil pensar en una figura que pueda disputar la presidencia, pero tengo la impresión de que, en general, los discursos apelarán a tres emociones:
- El miedo, que será utilizado por todas las candidaturas. Desde las izquierdas, el miedo a un retroceso en incipientes avances democráticos y al fortalecimiento de un Estado policial funcional al neoliberalismo. Desde las derechas, es posible esperar que se utilice el fantasma del chavismo para tratar de descalificar cualquier proyecto progresista y ocultar el fracaso del neoliberalismo, que al final es lo que piensan recetarnos, otra vez.
- El odio. En este caso, hablamos de un discurso central de las derechas, que se han caracterizado por una fusión de ideologías antidemocráticas con los delirios antiderechos de grupos religiosos que concentran su odio contra quienes reclaman derechos ciudadanos, como los colectivos LGBTIQ y las organizaciones de mujeres. Un elemento interesante es que, por lo regular, el discurso del odio responsabiliza a las izquierdas de los fracasos de las derechas en la gestión de la seguridad pública. En otras palabras, se trata de culpar a los derechos humanos y a quienes los promueven de las fallas estructurales del sistema.
[frasepzp1]
- La esperanza, presente en los discursos de las derechas y de las izquierdas. Los matices estarán dados, según yo, por los ofrecimientos que enganchen a la gente para motivarla a votar. En ese sentido, creo que tiene ventaja Sandra Torres, que evocará los programas sociales que todavía son recordados y que deberían implementarse sin importar quién gobierne. Programas similares forman parte del discurso de Thelma Cabrera, del MLP, y de otros proyectos progresistas. Las derechas, por su parte, creo que se decantarán por el discurso que promete empleos, pero no creo que aterricen en las maneras de lograr que más personas accedan a condiciones dignas de trabajo. Su trabajo, en todo caso, es proteger el neoliberalismo.
La esperanza puede tener una dimensión adicional, ya que en 2015 se posicionó la lucha contra la corrupción como un discurso con sentido para amplios sectores que todavía apoyan la presencia de la Cicig. Entonces, la esperanza en un país donde continúe el combate de la corrupción y donde haya continuidad del trabajo de la Cicig será un eje de pocos proyectos. De momento, solo he escuchado claro apoyo a la continuidad de la Cicig de parte de Aníbal García, de Libre, y por supuesto de Thelma Aldana, del Movimiento Semilla, pero la candidatura de ella es todavía incierta. Thelma Cabrera y el MLP le apuestan a combatir la corrupción estructural. Y doy por sentado que hay otras voces que apoyan la continuidad de la Cicig, pero no he accedido a sus discursos.
Me preocupa que los discursos del miedo y del odio sean poderosos. Son discursos maniqueos y simplificados, que construyen enemigos imaginarios y que han demostrado su efectividad para movilizar sectores religiosos hegemonizados por ideologías egoístas y castrantes. Por fortuna, la mayoría de la población apoya la continuidad de la Cicig y la lucha contra la corrupción, pero el discurso de la esperanza también se puede prostituir con silencios y promesas que oculten la relación de varios partidos con el Pacto de Corruptos.
Queda poco tiempo para que se determine quiénes competirán. Veremos entonces si el odio y el miedo son más poderosos que la esperanza de acceder a un país más democrático.
Más de este autor