Este es el caso del economista Daniel Armas Aranda, profesor en la Universidad de Granada, España. Nos lo relata el diario El Mundo en un artículo del mes pasado. Él argumenta que las universidades y sus profesores engañan a los alumnos al ignorar sus cada vez mayores carencias. En sus veinte años de docencia universitaria, afirma, el nivel académico de los estudiantes no ha dejado de bajar. Eso es mucho tiempo y no puede evitarse un impacto en toda la sociedad (y en su economía, su salud, sus indicadores de desarrollo en general).
La comprensión de lectura y la calidad de expresión están en la base de las exigüidades, son un acumulado de deficiencias que inicia desde la educación primaria. Los profesores deben adaptarse a esa pobreza, bajar su nivel. Como el problema es tan viejo, permite pensar que los mismísimos profesores de hoy tienen las mismas carencias (incluyendo la capacidad de notarlo).
Dice este profesor que ya no admite trabajos escritos, porque sabe de sobra que lo que recibirá proviene de operaciones de cortar y pegar desde la internet.
Otro problema universitario es que prácticamente existe presión para no reprobar estudiantes, por razones económicas (esto es evidente en las universidades privadas).
«No enseñamos, engañamos» dice el valiente profesor.
La atención hacia la clase (virtual o presencial) compite -y casi siempre pierde- con la atención a los eructos del celular. Pedir que los apaguen o silencien ya es hasta ofensivo, un abuso de derechos. La adicción a la pequeña pantalla debe ser considerado un problema de salud mental. Le tememos a fuerzas oscuras que quieren dominar nuestra mente y vida (lo dijeron de las vacunas anticovid ¿recuerdan?) pero no cobramos consciencia de que esto no es un plan macabro para acabar con nuestra libertad, sino una verdadera realidad, conseguida por medio de la adicción a los celulares.
El 90 % del alumnado solo quiere su título lo más pronto posible y con el mínimo esfuerzo, no les interesa aprender, mucho menos alcanzar la excelencia. Hoy lo raro es que pregunten en clase.
Las personas con interés en aprender resultan eclipsadas por la mayoría indolente y desinteresada en superarse por mérito y esfuerzo.
Siendo así las cosas en España, Guatemala no puede decir que está mejor. El año pasado se presentó el tema en esta y en esta otra columna (a la que se suman situaciones como la de la Universidad Rural, que solía pagar a sus profesores cada seis meses. Actualmente hacen dos pagos por semestre, con remuneraciones desactualizadas. ¿Las universidades privadas tendrán a los mejores docentes? ¿Compiten por ellos?
Varias universidades privadas son buscadas por aspirantes a sacar un título sin mayores exigencias académicas y más de alguna otorga créditos académicos por haber aparecido conectados a conferencias en línea (estoy exagerando un poquito) sobre temas que se parecen al nombre de algún curso. Por la plata baila el mono, afirman.
Al tema económico debe sumarse la laxitud de varias universidades en el tema de la investigación (tesis de graduación). Públicamente (en redes sociales) se anuncia que «Le buscamos y conseguimos aprobación a su punto de tesis y se la escribimos». Los fraudes ligados a las tesis de graduación han pringado hasta al mismísimo sistema de justicia y alguna que otra magistratura. La respuesta de las universidades, cuando la ha habido, no ha tenido incidencia alguna.
A todo lo anterior hay que sumar el secuestro por la corrupción política de los nobles fines de la academia. Ejemplo de esto es el poder que cobran las universidades con facultad de derecho en las elecciones de las altas cortes del sistema de «justicia». Agreguemos el inédito desvergonzado fraude interno y externo para secuestrar la Rectoría de la USAC (y todo su sistema de representación en decenas de instancias públicas) y queda al desnudo, con insuficientes y tímidas excepciones, el desinterés por la formación de capital humano para sustentar el desarrollo socioeconómico del país y la prevalencia del mercantilismo académico.
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