El odio encubierto hacia el extranjero

Siempre he mantenido una prudente y educada distancia a opinar de los problemas que aquejan a los guatemaltecos, pero no soy ciego, ni sordo, ni mudo.

Es verdad que el respeto y la consideración hacia los sentimientos que aquellos que padecen los males del país al que pertenecen es algo importante. Pero, en un mundo globalizado, las circunstancias cambiantes y enriquecedoras de la población deben ser escuchadas y tenidas en cuenta. Soy migrante en un país de migrantes, pero con características particulares de las que soy consciente.

Este país me ha dado oportunidades de crecimiento profesional y personal de las que estoy muy agradecido. Creo que tengo el mismo derecho que el guatemalteco que vive en los Estados Unidos y en Europa de criticar las situaciones que considere injustas. En cualquier lugar del mundo hay discriminación por razones de sexo, etnia, nacionalidad o religión, pero no por ello están justificadas.

Guatemala tiene a más de dos millones de connacionales viviendo fuera de sus fronteras y exige, con toda la razón del mundo, que se respete sus derechos en los países en los que residen. La mayor entrada de ingresos del exterior, después del narcotráfico, viene de las remesas, que forman un importante motor de la economía nacional. No es justo, entonces, que se niegue a los migrantes un derecho fundamental, como la libertad de expresión.

Lo digo porque lo he escuchado muchas veces y el otro día al alcalde Álvaro Arzú, en Emisoras Unidas, en contra del columnista Pedro Trujillo, que, para su información, tiene la doble nacionalidad española y guatemalteca, así que es tan guatemalteco como su esposa salvadoreña. Decía que por decir lo que él dice, a él le habrían echado de España. Los guatemaltecos residentes en España gozan de los mismos derechos y privilegios que cualquier español, también de las obligaciones. Además, se acogen a un tratado bilateral que les permite nacionalizarse a los dos años de vivir en el país, cosa que aquí no se respeta.

Me consta que es hiriente que un invitado te venga a decir a la cara sus opiniones sobre tu forma de vida. Es un fenómeno asociado con los fenómenos migratorios, que se dan por muy diferentes razones de norte a sur. Pero hay que estar conscientes de que las relaciones económicas de un mundo globalizado conllevan ser más tolerantes con las opiniones de todos los ciudadanos.

Por supuesto, que el extranjero, muchas veces, peca de ignorancia total del contexto y establece comparaciones con ligereza, que en su caso deben ser respondidas con todos los argumentos que se crean necesarios. Pero despreciar las opiniones de un ciudadano migrante, que convive dentro de las mismas fronteras, por el hecho de haber nacido en otro país, es un acto de xenofobia, odio al extranjero. La excusa, de que este país es malinchista y que beneficia al de fuera, es la misma que el estadounidense pone cuando crea leyes que permitan detener a un ciudadano por su apariencia nacional.