Formada para el servicio público, dedicada a estudiar el desarrollo nacional, vi la oportunidad de intentar traducir tanta teoría en una práctica distinta; la ilusión egocéntrica de marcar la diferencia; la ingenuidad de pensar que estando dentro del Estado, con otros pocos sujetos afines, se lograría mover al monstruo un milímetro del portal, para que millones de connacionales tuvieran más oportunidades.
Cuatro años después, se me quitó lo iluso. La gestión pública se parece más al descenso por los nueve círculos del infierno descritos por Dante... veamos:
El limbo: programarme a que mi permanencia, con suerte, serían seis meses; es lo que toma entender cómo funciona el monstruo y a este medir con qué equipo jugarás. Trabajar para el largo plazo, pensando que ya venía la destitución, sea porque un diputado pidiera mi cabeza o lo hiciera alguno de mis "colegas", es muy desgastante. Mi jefe muchas veces me protegió de los acechantes; sin su apoyo, no habría quedado ese gran legado para el país: el Sistema Nacional de Planificación para el Desarrollo.
Lujuria: ese deseo incontrolable por el poder que alimenta la opacidad de las reglas informales de gestión. Enfermedad que se exacerba en cada sujeto predispuesto, no importa el rango. Su contrapeso: los muchos funcionarios designados, y en puestos técnicos y administrativos, que luchan por la institucionalidad a diario. ¡Sí, los hay! Con su ética intacta, persisten dentro de la Bestia sin mancharse, eludiendo rendir pleitesía. A ellos y ellas, MIS RESPETOS, ¡NO SE RINDAN!
La gula y la avaricia: cuando había que decir "no", sea a decisiones de política pública, del presupuesto, o a las múltiples intimidaciones –sutiles y explícitas– que reciben los funcionarios desde otras instancias. Como esa ocasión que decir "no" a un pedido infame, propició una decisión “soberana” de un "padre de la patria" que significó 2 millones de quetzales menos al presupuesto de la institución, ¡costándole al país no montar el sistema nacional de monitoreo y evaluación!
La ira, aquí viene la primera vez que pensé en renunciar. Cuando se trabajó el plan de reconstrucción, luego de Agatha y Pacaya, y se desarrolló la estrategia presupuestaria para comenzar a financiarlo y reconstruir. Pocos atienden la instrucción presidencial de reprogramar lo que había; luego, el nuevo presupuesto no incluyó tampoco la reconstrucción. Hay que buscar otros fondos, me dicen. Meses después, caen las siguientes lluvias y resurge la queja ¡que no hay dinero!
La segunda vez, cuando en 2011, una calculada dilación de meses para que el Ministro firmara una carta para el BCIE, boicoteó el avance del plan de desarrollo de la Franja Transversal del Norte. Era dinero no reembolsable para hacer estudios de pre-inversión. Había otros planes en mente, otros préstamos en negociación... Eso ocurre en sistemas de gestión que solo entienden del poder de las finanzas. De tonta me quedé, no honró lo acordado.
¿Qué te cuesta enfrentarte a este infierno? Pues ser hereje. Crearte un montón de malquerencias y enemistades...
¿Los últimos tres círculos: violencia, fraude y traición? Cuando terminas la gestión, sales y te vuelves medio paria, no se puede asociar a las nuevas autoridades contigo, quebrado financieramente y encima, te multa la Contraloría por pendejadas, mientras los otros, por las calles como si nada. ¡El sistema quiere asegurarse que quedemos empachados y no volvamos!
¿Por qué me quedé? Porque el ente de pensamiento del Estado debía levantar su perfil como institución; porque quería ver en el presupuesto 2012, lo generado por las comunidades en el proceso de planificación. Porque, ¡lo ilusa no se me quitó!
Esta historia no es sólo mía... Es también la de muchos otros que, antes de mí, caminaron junto a Dante por la ilusión de servir a su país.
Saludos desde el purgatorio...
Más de este autor