El aura de Alfonso Portillo hace creer que ciertos productos tradicionalmente protegidos por los gobiernos, acaparados por las corporaciones más acaudaladas, pueden bajar de precio y tener —por fin— algún tipo de competencia en un sistema que se ufana de no implantarle trabas estatales al comercio.
También está el componente emotivo. Y es que a la gente le excita saber que una persona sin los rasgos físicos ni el pedigrí colonial puede retar a los capitales de siempre, darles una patada e importar el pollo y el azúcar desobedeciendo las reglas impuestas por los caciques.
Además, está la imagen de mártir. Somos un pueblo que se regocija en la victimización. Para el imaginario, Portillo encarna ese sujeto que quiso sembrar otra economía, pero los ricos no se lo permitieron y lo mandaron aun enfermo a una cárcel de Nueva York violándole el sagrado derecho humano a la salud.
Ante todo esto, no es difícil comprender por qué algunos lo comparan con Robin Hood o incluso con Nelson Mandela. «Nos conformamos con un estornudo», dice un amigo cuando mira repetirse en la tele, después de tantos años, el gol del Pin Plata contra Brasil.
Entonces, en Portillo nace una esperanza mesiánico-caudillista —tan soberanamente latinoamericana— para que regrese al país como el ungido a impulsar una Asamblea Nacional Constituyente y a sacarnos de este pantano en el que nos revolcamos.
Los que lo ensalzan olvidan algo, y es que Portillo a lo mejor intentó con todo su esmero destronar a la élite económica de la cepa en la cual esta disfruta monopólicamente de su riqueza, pero lo hizo con una sola visión: constituir una nueva élite liderada por él y sus aliados.
Soy alguien que cree en la enmienda de una vida. Por supuesto, lo veo todos los días. Pero ese espíritu de arrepentimiento debe venir no con una disculpa hermosa y un poema, sino con la resolución de la verdad y el pago kármico de cada acción.
Por ejemplo, señor Portillo, ¿nos contará qué otro delito consumó siendo jefe del Estado? ¿Estaría dispuesto a restituir todo el dinero que se apropió y a destapar en verdad a las mafias incrustadas? ¿Qué posición tomará respecto a la amnistía que solicitó su monumental padrino, el general Ríos Montt? ¿O es que acaso solamente está feliz de que le impusieron una pena nimia en Nueva York porque logró soslayar las consencuencias —como cuando mató a dos en Chilpancingo— de los hechos que cometió?
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