Nada nuevo en ello. Así es como viaja el conocimiento: antes de boca en boca, hoy de tuit en tuit. Por eso seguimos vivos: por nuestra capacidad de generar salidas a aparentes callejones que temporalmente nos cierran el paso. Mijaíl Gorbachev dijo alguna vez, en medio de la implosión del bloque soviético, la siguiente frase: «Los seres humanos somos capaces de encontrarle salida a cualquier crisis siempre que se nos permita pensar, explorar y ser creativos».
Algo parecido nos sucede hoy ante las múltiples amenazas locales y globales que enfrentamos. Déjeme darle algunos ejemplos.
Tenemos una inmensa necesidad de revertir la tendencia en producción y desperdicio de plástico, cosa que no será de un día para otro, pues se topa con dos grandes barreras: los patrones de consumo individual, muy llamados al desperdicio, y la facilidad que hasta ahora teníamos de barrer bajo la alfombra (o bajo el mar, mejor dicho) todo ese desperdicio.
Pero mucho de eso ya está cambiando porque la acumulación ya es evidente. Y, afortunadamente, ya están saliendo a luz alternativas. El otro día vi tres videos. Uno era sobre Holanda y un pavimento hecho de plástico reciclado que, de llegar a consolidarse, sin duda alguna podría ofrecer una gran solución a la urbanización creciente y al uso de este material. Otro, de Estados Unidos, era sobre el diseño de anillos sujetadores de six-pack que son 100 % biodegradables y comestibles, hechos de cebada y de trigo. Otra innovación que ayudaría a descontaminar los océanos y proteger a los animales de las heridas que les ocasiona el plástico. Y también vi uno sobre Indonesia y bolsas que parecen de plástico, pero que están hechas de yuca.
Hace dos semanas fui a una capacitación y me dieron un cuaderno que decía en la portada stone paper: papel hecho de polvo de carbonato de calcio, sin ácidos, resistente al agua, resistente a la grasa y, lo mejor de todo, ¡sin cortar un solo árbol!
Y por si eso fuera poco, a cuadra y media de mi oficina hay un lugar que ahora anuncia las Hamburguesas Imposibles, desarrolladas por un grupo de científicos que van detrás de la comida imposible. En su sitio de internet nos cuentan: «El equipo de investigación de Impossible Foods descubrió que una molécula particular llamada hemo es responsable de gran parte del color rojizo y del sabor de la carne de res. La raíz de soya también contiene una versión de hemo. En lugar de cultivar cantidades masivas de soya y de extraer todo el hemo, los científicos de Impossible Foods diseñaron una solución más manejable: cultivar el hemo en un laboratorio insertando sus genes en un tipo especial de levadura. Para resumir, produjeron un ingrediente con el olor y el sabor de la carne sin la participación de la carne».
Así como estos, hay muchos más ejemplos de innovaciones que ya nos han estado cambiando la vida desde hace un buen tiempo, como los autos eléctricos, las redes sociales, la agricultura de precisión con drones o la robot Sophia.
Se confirma cómo el pensar, explorar y ser creativos es una inversión socialmente muy rentable. Pero para lograrlo hace falta invertir y generar políticas públicas que fomenten la investigación y el desarrollo adaptado a las condiciones de cada país.
Con todo, un desafío mayor persiste y hay que buscarle solución igualmente creativa: cómo hacer para que estos quiebres tecnológicos sean lo más disruptivos en la forma como abordamos y resolvemos problemas cotidianos, es decir, que realmente muevan la frontera de nuestras posibilidades y de nuestro conocimiento, pero, a la vez, que sean lo menos disruptivos en la exacerbación de la desigualdad y de las brechas de bienestar entre aquellos pocos que tenemos acceso a esta ultramodernidad y los muchos tantos que tienen que quedarse sentados viendo partir el tren AVE y esperando el carretón de la miseria.
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