Mediante remesas, esta válvula no solo genera ingreso a estos trabajadores, sino también a sus familias. Además, reduce el número de trabajadores guatemaltecos compitiendo por los pocos empleos que se generan en el país. Con el cambio en la política exterior estadounidense hacia la región, parece que no hay marcha atrás: tendremos una combinación de menor migración y, a la vez, un mayor número de retornados (guatemaltecos y no guatemaltecos). Mientras esto sucede, la economía guatemalteca en el actual gobierno nunca despegó. Las exportaciones guatemaltecas están estancadas desde 2011. Y, a futuro, los mercados internacionales se ven menos hospitalarios a nuestras exportaciones.
Ante este escenario, el próximo gobierno debería tener clara su prioridad: crear empleos. De no ponerla al frente de su agenda, tendrá que afrontar el peligro de un aumento de la inseguridad, creciente insatisfacción con el sistema político e ingresos de la población que siguen cayendo en términos reales. Y a ello se sumaría la presión estadounidense por el tema migratorio.
No hay una solución al problema del empleo. Hay múltiples soluciones. El mercado laboral guatemalteco es diverso: grupos con distinto nivel educativo, experiencia laboral y características demográficas. Esto reclama que, para atender las diversas necesidades laborales del país, necesitamos respuestas distintas entre sí. Muchas de ellas son de corto y mediano plazo: no resolverán los problemas de desarrollo para generar un nivel de vida decente para la población, pero servirán para aliviar las condiciones de pobreza mientras el país construye y reconstruye sus capacidades productivas.
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Un primer ejemplo de estas soluciones de corto y mediano plazo son algunas de las que se pueden implementar para el grupo de la población que no estudió secundaria y que tiene un ingreso promedio de Q1,377. Estos proyectos, inspirados en el New Deal estadounidense y generados como respuesta a la Gran Depresión, deberían cumplir con la función de proveer de bienes públicos valiosos a la comunidad. Piensen, por ejemplo, en tres tipos de proyectos de infraestructura en alianza con las municipalidades y los cocodes: 1) inversión en la construcción de drenajes y, de manera coordinada con el Gobierno central, de plantas de tratamiento de aguas residuales; 2) remozamiento de parques y de reservas naturales, como se hace en Estados Unidos, lo cual requiere crear y mantener senderos y riberas de ríos, reforestar, adecuar áreas para deportes al aire libre y churrascos, generar una oferta de entretenimiento comunitario, etcétera, y 3) inversión en proyectos de infraestructura de transporte en áreas urbanas, como aceras, ciclovías, paradas y estaciones de buses, etc.
Claro, para que estos proyectos funcionen tendrá que pagarse un costo en ineficiencia: en lugar de utilizar máquinas que podrían hacer el trabajo en unas horas deberán contratarse trabajadores para realizar el mismo trabajo por el salario mínimo. Pero que estos proyectos tengan cierto nivel de ineficiencia no significa que tengan otros pecados mortales. Primero, bien planificados y con apoyo de entidades de gobierno de Europa y Estados Unidos, se pueden generar proyectos bien pensados para evitar caer en la crítica, valiosa, de que este tipo de proyectos, intensivos en mano de obra, son inútiles porque son la caricatura de los proyectos keynesianos de abrir y cerrar hoyos. Segundo, el Ministerio de Finanzas Públicas deberá establecer condiciones firmes para evitar que estos proyectos se vuelvan hoyos negros para el presupuesto del Gobierno nacional y de los Gobiernos municipales. No queremos que el caldo salga más caro los frijoles.
Esta propuesta solo atiende a un subgrupo de la población laboral. Esta propuesta no es suficiente. En las próximas entregas desarrollaré otras que deben considerarse. Para los curiosos, algunas son propuestas que considero que deben rescatarse del plan de gobierno de CREO, el cual coordiné.
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