¿Qué rutas nos quedarán ante el escenario actual? Más allá de las protestas en plazas y otros territorios, en la actualidad tenemos próximo un escenario electoral a la conveniencia de la élite depredadora y las mafias que ocupan los tres poderes del Estado. No tenemos un mecanismo de desfogue del descontento popular y tampoco un proyecto político viable a la vista.
En ese sentido, sin alianzas no hay forma de romper la estabilidad de una estructura de dominación que está perpetrando una regresión autoritaria inédita para esta generación y algunas figuras políticas han sido puestas fuera de circulación mediante la manipulación de procesos judiciales a la medida, de manera que no toda la culpa es de una oposición que no se articula.
Para empeorar las cosas, recordemos ciertas condiciones que cambiaron después de 2015. Una de las más importantes ha sido que la fracción oligárquica que apoyó el desafuero de Otto Pérez y su banda, perdió el piso cuando por vez primera, la cúpula del CACIF pidió perdón por sus delitos y esos sectores económicamente poderosos, tuvieron la sensación de que podían ser tratados como cualquier ciudadano sin pedigrí.
[frasepzp1] A partir de lo anterior hubo una alineación de los aparatos de propaganda, represión y persecución judicial para cualquiera que representara una amenaza para el proyecto de regresión autoritaria y conservadora que estamos presenciando.
Otro factor que pudo haber sido crucial para romper el espinazo de la CICIG y el MP, fue la construcción de un imaginario maniqueo, que colocó a sectores conservadores evangélicos y católicos en contra de cualquier idea progresista, incluyendo la lucha anticorrupción en ese paquete. Con ello, convirtió a esos sectores religiosos en aliados de las mafias corruptas que controlan al Estado. De hecho, la movilización «antiderechos» promovida por el gobierno de Jimmy Morales resultó, junto a otras acciones demagógicas, en una ruptura efectiva que no puede pasar desapercibida por una razón fundamental: para superar la dictadura, es indispensable articular acciones con una población mayoritariamente patriarcal, conservadora, racista y con aspiraciones «pequeño-burguesas». Eso lo tiene claro este Gobierno que mantiene una política pública que destruye esa aspiración que llamamos Estado laico.
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Existen otros factores que diferencian este momento de la coyuntura de 2015, por ejemplo la represión policial a las manifestaciones y la ausencia de una figura «satanizable» como Roxana Baldetti que, inspiró tanto rechazo político como misoginia.
Otro factor estratégico pero de momento en segundo plano, es la incapacidad de la población para identificar al verdadero enemigo en la oligarquía, la élite depredadora, el CACIF o los ricos con helicóptero, como usted los quiera llamar. Porque si usted pregunta en la calle, le aseguro que el descontento se enfila por lo regular contra políticos corruptos, pero rara vez se identifica a quienes han patrocinado o apoyado con silencio a esos políticos, incluyendo por supuesto a Alejandro Giammattei. Y no, no estoy pasando por alto que las mafias ya tienen su propio esquema de financiamiento electoral ilícito y que los capos del narcotráfico tienen su cuota de poder. Me refiero a que el modelo económico social fallido, está construido a la conveniencia de la élite económica que seguirá actuando con impunidad, mientras no haya un Estado que le ponga límites y les cobre impuestos acordes con su riqueza.
En suma, creo que la narrativa progresista puede tener asidero, sin excluir otros temas que puedan ser importantes, en el robo descarado que mantiene la infraestructura y el sistema de salud al servicio del pacto de corruptos. Así, existe relación entre la gran estafa del libramiento de Chimaltenango y que Alejandro Giammattei esté en la Presidencia. Del mismo modo, existe relación entre el sistema de salud colapsado y la nefasta gestión de Giammattei.
Las malas noticias, según yo, consisten en que dar viabilidad a un proyecto político anticorrupción, implica aceptar que alguien en la Presidencia no esté al servicio del pacto de corruptos, aunque exhiba rasgos patriarcales y racistas por citar dos elementos que suelen espantar a sectores progresistas. O dicho con más claridad: si surge una figura política capaz de frenar la regresión autoritaria, deberíamos apoyarla aunque no estemos de acuerdo con otros posicionamientos. Porque si esperamos la candidatura ideal progresista, no será nuestra generación la que vea un país menos excluyente y más democrático.
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