Querido Ramón:
Qué sino la fuerza del espíritu, los sueños y el poder de la fe es quien nos mueve hacia lugares inéditos. Qué si no la voluntad suele ser el mejor alfanje para abrirnos paso en la densa floresta de nuestras vidas. Me cuesta imaginar a Ramón Urzúa Navas, próximo doctor en literatura repartiendo volantes en esquinas mustias, escanciando vinos incógnitos en el China Town, vendiendo su ropa vieja en tiendas de segunda mano y paseando perros ajenos en New York.
Ese letrado petulante, en el que dices te has convertido acaba de confesarme con llana humildad sus avatares cotidianos como legal alien. Tanta contradicción no puede más que despertar mi admiración. El exilio es un gran maestro querido Ramón y privilegiados somos quienes hemos tenido la oportunidad de estar en sus aulas. Sin importar las circunstancias, este maestro nos ensena “a estar”, “a ser”, “a hacer” a su manera. Sus cátedras siempre incluyen talleres prácticos para el desarrollo de la determinación y la sobrevivencia metódica. La consigna es hacernos “todo terreno”, modelos de versatilidad para misiones inverosímiles.
«No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», dijo Churchill en el discurso que dictara ante el gabinete de guerra británico en 1940. Aunque las referencias a la guerra me son más incómodas que los ofrecimientos de toda campaña política, esa frase me hace pensar en la difícil tarea de recuperar el valor de la dificultad y el esfuerzo en esta época líquida, como diría Bauman.
Cuando recuerdo las fantasías de mis estudiantes de relaciones internacionales, recorriendo el mundo con la maleta en una mano y la copa de Armand de Brignat en la otra, no deja de darme congoja. Quienes por una u otra razón relacionada con la profesión, vivimos fuera, lo hacemos en países con necesidades especiales, es decir, caracterizados por la guerra, el hambre, la pobreza, la violencia extrema. Sociedades en alto riesgo donde la comodidad suele ser solamente un recuerdo, una añoranza y donde el diálogo con el establishment es más difícil que cruzar en canoa la distancia que separa nuestras islas.
Nada o muy poco puede lograrse sin vocación, sin la inspiración del llamado y la pasión por lo que hacemos. La vocación es una actitud y experiencia de doble vía - TU/YO-, con la esperanza de construir un “nosotros”. Es una lástima que el mercado haya tomado un lugar privilegiado en la tarima discursiva ensordeciéndonos con sus soliloquios personalistas, egoístas y competitivos. Me encantaría conocer la relación proporcional entre riqueza, poder y personas felices. San Francisco de Asís me ha dado claves para comprenderla, pero claro, San Francisco no es muy popular en estos tiempos.
Al igual que tú, deseo que este 11 de septiembre Guatemala sea un piélago en el cual confluyan las voluntades de sus mejores ciudadanos. Cada uno de ellos portando un collage mental de nuestra historia. En mi collage, la guerra -dama y señora del cinismo e indolencia-, luce ahora más robusta. Esta maestra del engaño sigue devorando lágrimas, dolor y rencor e insiste en mantenernos bajo las tinieblas del miedo y la opresión.
Los haitianos eligieron a un cantante como presidente, el cual debió sustituir músicos y bailarines por tecnócratas en distintas ramas de gobierno. El escenario del artista yace vacío desde entonces para tristeza de sus fans y en las otras tablas, aún no le han permitido operar, para desdicha de los ciudadanos. El furor del festín democrático duró muy poco y la llama de la esperanza se bate entre ciclones para permanecer encendida.
Hace unos meses, comentando esta situación un amigo haitiano me mostró una frase de Maurice Maeterlinck que él ha convertido en un ritual de repetición: “La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”. Cómo verás, la ignorancia suele también un lado amable.
Un abrazo amigo y que el brindis sea ahora por Guate,
Carmen
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