Leí. Lo primero que aprendí es que debemos hablar más abiertamente de sexo y de sensualidad para que no se nos olvide que nacimos calientes y diseñados para coger y para que aprendamos a respetar nuestros cuerpos y momentos, así como los cuerpos y momentos de otros. Además, pensé que precisamos expresarnos con llana autonomía para contrarrestar lo grotesco de una coyuntura represiva y ultrarreaccionaria que predica la vileza del rock sueco y del rugbi venezolano mientras hace el absurdo en el edificio de las Naciones Unidas defendiendo el Estado corrupto e impune de derecho. En ese sentido, todos ustedes —lectores— son profundamente revolucionarios, pues desafían con su interpretación de estas letras al poder incumbente que nos pretende silenciar. Pueden cercar las plazas, cerrar las fronteras, suspender los perfiles virtuales y hasta legalizar la Biblia, pero no pueden ni podrán —nunca jamás y jamás nunca— cerrar nuestras esperanzas y contener nuestras almas libres.
El libro cuenta la historia de una mujer que se llama Erótica, expresada en cortas cápsulas narrativas autocontenidas que parecen puestas allí al azar, aparentemente desconectadas unas de otras. Pero no. Cada diálogo corto representa un momento de la vida de Erótica en el cual ella entra en contacto con algún aspecto de su sensualidad o sexualidad y que, visto con los demás en conjunto, revela tres importantes significados de la vida de la protagonista.
Una de esas contraseñas es la ambigüedad moral de la condición humana expresada a través del deseo sexual, que nos atraviesa a todos por igual. ¿Ernesto es un macho o apenas un hombre cualquiera? ¿Marcela es puta o simplemente mujer? ¿Dónde empieza el chauvinismo y terminan la esencia del ser y sus impulsos? En ese sentido, la indeterminación moral es un derecho humano, pues nos es inherente, nos es irresistible, nos es inescapable, tal y como son todos los derechos humanos fundamentales. El segundo signo evidente es el espíritu feminista, ese que busca tanto la independencia de la mujer en relación con su propia conciencia como la absolución de todas las mujeres en relación con su contexto, aún hoy opresor. «Vas a ser mi novia», le dice él a Erótica, más que preguntarle. «Abrí las piernas. Te va a gustar». O, más allá aún, cuando Erótica le dice al Hombre «es que no quiero» y él le contesta «pero yo sí», con lo cual se da por cerrada la discusión. Por último, Erótica nos enseña que aquel deseo de emanciparse puede ser abordado, en principio, a partir de lo íntimo y personal, pero que lo personal se vive —siempre o casi siempre— desde la significancia política.
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Ella se llama Erótica, y no Ana o Isabel, pues Ana es Ana e Isabel es Isabel, pero Erótica somos todos y todos somos eros, entendido, por un lado, como el espíritu de deseo y de placer sexual y, por el otro, como aquel ente que se encuentra a sí mismo vulnerable frente al espíritu de deseo y de placer sexual del otro, que lo considera el objeto de sus fantasías y dominación. Erótica en el río soy yo en el río. Erótica en la palangana de un picop eres tú en la palangana de un picop. Erótica en la pila de la abuela, en el recreo del colegio, en el museo donde extraños le lanzan una mirada pícara, en el bar, en el taxi, en la cama. Sus primeras mariposas en el estómago y su primer fuego en medio de las piernas son aleteos y llamas que sentimos nosotros mismos en algún momento de nuestras vidas. El susto de su primera caricia, los nervios de su primer baile, el terremoto de su primer beso, la imposición de su primera relación sexual podrían fácilmente ser —y, de hecho, son al leerla y acompañarla en su aventura— nuestro susto, nuestro nervio, nuestro terremoto, nuestra indignación ante tanta imposición.
Pero el trabajo de Mildred Hernández no es pesimista. Erótica en la ciudad no se detiene ante el deseo distante de liberación. No. Nos ofrece esperanza, nos muestra un camino hacia la transgresión y nos inspira a pensar que la autodeterminación del ser —de su cuerpo y de su razón— no es tan utópica como algunos quisieran que fuera.
¡Que viva la resistencia! ¡Que viva Erótica!
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