Es decir, no es fortuito que en estas últimas dos semanas, más o menos, se le haya serruchado el piso a la Fiscal, la Sra. Baldetti se haya declarado madre de todos los guatemaltecos, el Congreso haya resuelto que las condiciones para que se pueda dar un genocidio no existen en Guatemala, y que ciertos sectores de la sociedad hayan organizado una Marcha por la Vida y la Familia en una fecha por demás simbólica. Lo que está en juego aquí, y me gustaría analizar, es la rearticulación del discurso para-Estatal en aras de construir una versión única de la sociedad y la historia.
Como mencioné, no es casualidad que la Marcha por la Vida y la Familia, cuya postura reviste a la familia tradicional de un aura de moralidad redentora, se haya llevado a cabo un día después del primer aniversario de la condena (luego revocada) de Ríos Montt por el delito de genocidio y contra deberes contra la humanidad. Digamos que, de cierta forma, fue una manera de “reconocer” y “honrar” su legado, pues para Ríos Montt —representante emblemático pero no único de esta mentalidad— la decadencia moral de la familia tradicional era directamente responsable por la subversión y la persistente crisis de valores. Como señaló el 23 de mayo de 1982: “Estamos en una crisis de valores, pero esta crisis de valores, generalmente, tiene sus raíces en la familia”.*
Consecuentemente, el camino hacia la vida virtuosa y moral que redimiría a Guatemala estaba estrechamente ligada al fortalecimiento de la familia tradicional, lo que a su vez permitiría superar lo que Ríos Montt llamaba el “divorcio generacional” entre padres e hijos. Como señaló una semana después, este “divorcio generacional” era para Ríos Montt el mayor causante de disidencia y subversión: “Como consecuencia de ese divorcio generacional ahora solamente hay una respuesta: la protesta, la protesta; música, poesía, teatro y tantas cosas más que se llama la cuestión de la generación contestataria, la cuestión de revanchas y eso es un problema serio. ¿Y por qué es un problema serio? Porque [por] estas actitudes de rompimiento generacional… vienen movimientos políticos que son frustrantes; entonces tan frustrante es que un hijo quiere un abrazo, que una hija quiere un beso, que eso necesita de papá o de mamá y le dan mejor dos quetzales para que se vaya a comprar un helado; tan frustrante es eso como los movimientos políticos”. El disenso y la rebeldía eran pues consecuencia directa del resquebrajamiento de la familia, como Ríos Montt mismo señalaba al final de su discurso: “la subversión se cocina en casa”.
Treinta años después, son los padres, ciertos padres, los que salen a las calles a exigir lo mismo que Ríos Montt les exigió a sus padres: eliminar la posibilidad de disenso, eliminar la diferencia, eliminar cualquier germen de posibles cambios futuros. Y, treinta años después —como para decir que al menos algo ha cambiado— no es un Padre-soberano quien valida el discurso desde el Estado sino nuestra Madre-soberana, quien nos recuerda que todos somos hermanos y, como tales, miembros desde siempre de una familia tradicional a la que no se puede renunciar sin caer en la traición.
Si hace treinta años era el guerrillero, el subversivo, el “comunista”, el que amenazaba el Estado-Familia (y para ciertas fundaciones y gremios lo sigue siendo), ahora son supuestamente las/os activistas pro-derechos humanos; las/os que se niegan a aceptar que todo está en venta; las/os que denuncian y resisten del racismo, la misoginia y el machismo; las/os que claman por la dignidad de la vida; las/os que luchan contra el quiste de la impunidad; etc. Pero como la marcha por (algunas) vidas y familias lo demostró, la mayor “amenaza” a la supuesta moralidad de la sociedad y el sistema mismo son los homosexuales y demás sexualidades alternas porque, a nivel simbólico, la práctica de su sexualidad no lleva como fin último la procreación, es decir, la reproducción del sistema mismo, del statu quo. El horizonte de las sexualidades alternas es, más bien, el gozo del cuerpo mismo, el placer de ser, y, por ende, la suspensión del ciclo de vida que sustenta sus privilegios.
En este contexto, que se marche por la “vida” y la “familia” implica asegurar que la procreación —la reproducción de la vida, de la comunidad de hermanos y del statu quo— es la función primordial de nuestra sociedad. Que el Congreso resuelva que en Guatemala no existen las condiciones para que haya habido genocidio implica, más allá de cuestiones legalistas, que no existen poblaciones otras, que todos somos miembros de una misma familia. Y, por último, que la Vice-Presidente se auto-denomine madre de todos los guatemaltecos nos convierte, al menos a nivel discursivo, en hermanos y por ende miembros de una familia tradicional, reafirmando, así, que al ser iguales ante nuestros padres no pudo haber habido genocidio.
No creo en teorías conspirativas. Tampoco creo que toda esta gente se junta en un cuarto oscuro bajo la tutela de algún ser siniestro y maligno que se frota las manos mientras decide la agenda de iniciativas y resoluciones de la semana. No. Se trata, más bien, de un consorcio bastante heterogéneo pero que se siente parte de un estilo de vida (o aspira a él) privilegiado, resultado de un sistema político-económico que lo ha beneficiado ampliamente, mismo que a lo largo y ancho del planeta va dando muestras cada vez más claras de irse resquebrajando. Visto de manera conjunta, lo que estamos viendo es el intento de restablecer el Estado Patriarcal-Autoritario que había estando dando señales de apertura y flexibilización. Lo que se busca reponer, pues, es una visión soberana y vertical del poder —legitimado por supuestas verdades morales absolutas y sustentado por la fuerza misma— que pueda seguir garantizando que la realidad no va a cambiar, que los que tienen sigan teniendo y los que no, pues no. Por eso es que repetir “Sí hubo genocidio” esperando que las palabras mismas muestren la historia que se intenta borrar es, si bien reivindicativo, inconsecuente pues implica participar en el jueguito de ver quién grita más fuerte. Y en ese jueguito, el Estado tiene no solo siglos de práctica sino el respaldo de ciertas instituciones uniformadas que saben muy bien de qué se trata eso de imponerse por la fuerza. Se trata, más bien, de no caer en la retórica del amigo/enemigo, de dejar a un lado la verticalidad y apostarle a la horizontalidad, de usar la imaginación.
Los acontecimientos de las últimas semanas sugieren, sin lugar a dudas, una lectura trágica y pesimista: lo deleznable de gran parte de la clase política y de cierta facción empresarial, la imposibilidad de un sistema de justicia independiente, la imposición de una verdad histórica, etc. Pero permiten, también, una lectura quizás optimista, quizás mágico-realista: cuando los dinosaurios se alebrestan y reaccionan al unísono y sin el menor sigilo es porque el meteorito que anuncia su extinción está por caer.
* Las citas de Ríos Montt son tomadas de su libro Mensajes del Presidente de la República, General José Efraín Ríos Montt (Guatemala: Tipografía Nacional, 1982).
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