En este país puedes leer los periódicos con espaciada intermitencia pues no es difícil retomar el hilo de los acontecimientos. Hace unos días encontré por casualidad un ejemplar del extinto Diario El Gráfico y -a no ser por la moda, los precios y la tecnología-, me pareció estar leyendo las noticias del día.
No hay duda amigo, no hay peor forma de violencia ni que ofenda tanto el alma como la indiferencia a la cual refieres en tu carta. A veces tengo la sensación de estar semidespierta en un país de sonámbulos y pienso en opciones: ¿disimular o interrumpir el sueño? El disimulo te hace cómplice y la interrupción del sueño, censurable. Es difícil moverse en un entorno dividido en bandos; gobernado por estereotipos y prejuicios, y aconsejado siempre por la maliciosa sospecha.
Me siento en el país de la fantasía. La fantasía mall, la inmobiliaria, la gastronómica, la automotora, la discursiva, la ideológica. Mi batalla es no dejarme convencer ni hipnotizar por la confortable irrealidad.
Por cierto, arribé en medio del auge de una extraña “morfosis” que motivó más debate mediático que la muerte de tres menores a manos de sus padres o las crónicas de niños asesinando a niños, por encargo. Llevo días tratando de entender semejante preferencia y las conclusiones me conducen al horror.
Por casa, todo bien, aunque tampoco aquí me libro de las ficciones. Encontré un nuevo miembro en la familia, Napoleón. Mis hijos aseguran que es un perro, y el inocente animal lo cree también, pero yo aseguro que es un caballo. Las paredes de mi apartamento están rociadas de la sangre que brota de la cola del alegre y eufórico animal. Su fuerza y la estrechez de los corredores es una desafortunada combinación. Mis alfombras de piel de llama saciaron la ansiedad de sus encías y el tapete de la escalera aun evoca los meses en que aun no dominaba sus esfínteres. Floreros y demás ornamentos han sido retirados del área de paso, ahora convertida en hipódromo.
El ambiente de la Semana Santa, sus inciensos y colores dominan ya mi barrio, La Recolección. He disfrutado las largas caminatas por el paseo de Jocotenango, en cuyas alamedas realza la vivacidad de las jacarandas. Es agradable visitar el mercado y sentir su aliento a corozo, pino, verdura y fruta fresca. No hay nada como la familiaridad de los vecinos del barrio. Un rostro de extrañeza antecede el abrazo de un reencuentro gozoso y sin preguntas por el pasado, pero sí sobre el futuro: ¿Te quedarás definitivamente?
No se si alguna vez he estado. En consecuencia, tampoco se si me quedaré y la temporalidad del “definitivamente” me turba por su atrevimiento.
Así que mi querido Ramón, lo único cierto en este momento es este suéter con olor a ropero de abuelita que me abriga en pleno marzo; la taza de café cobanero con champurrada que me hace delirar; el “perro” salivando mis rodillas; el indiscreto noticiero afanado por develar el demacrado rostro de nuestra querida Guatemala y el tecleo de estas letras que ponen punto final a mi más reciente aventura.
Un abrazo agradecido,
Carmen
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