La percepción social del riesgo es más intensa ante riesgos nuevos o desconocidos. Así, la actividad minera o los cultivos transgénicos suelen movilizar, hasta el día de hoy, más desconfianza y rechazo que riesgos cotidianos como el consumo de azúcar, de tabaco o de analgésicos sin receta. Esto, por citar solo algunos ejemplos. En la política puede observarse un fenómeno similar cuando la gente vota conservadoramente por temor al cambio. Me refiero al temor construido a través de la propaganda y de un discurso de manipulación que no soporta un análisis racional. Y ese es el punto que quiero abordar: Los seres humanos no somos tan racionales como creemos, y nuestros sesgos nos hacen susceptibles de manipulación en diferentes campos, como la política, el mercado, la educación o la religión.
La gente aguanta, lucha por sobrevivir, y gracias a la propaganda teme que un cambio resulte en algo peor. Es allí donde el discurso del miedo refuerza el afán conservador y desmoviliza los intentos de protesta social. Asimismo, como mencioné antes, nuestra cognición está marcada por sesgos como la percepción selectiva, por efectos halo que nos hacen amar u odiar a alguien y todo lo que lo rodea o por asociaciones fáciles que son aprovechadas para manipularnos. Un ejemplo de esto último es la mal llamada gran Marcha por la Vida, que básicamente sirvió para decirles a ciertos grupos que Jimmy Morales apoya el discurso religioso antiderechos y que el enemigo de Jimmy hace lo contrario, algo que racionalmente es un disparate, pero que opera como un sesgo por asociación que se repite de forma consistente.
La gran dificultad es que, en un sistema disfuncional, en el cual se necesitan cambios radicales, es preciso que la gente problematice su contexto, que perciba que no tiene el bienestar que merece y que un cambio para mejorar es posible. Y todo lo anterior requiere un esfuerzo cognitivo muy difícil de alcanzar, que, nos guste o no, debe acompañarse de un discurso que apele a la afectividad y que identifique al verdadero enemigo neoliberal, que no aparece en el imaginario popular y ante el cual no basta con votar. Son inevitables y necesarias otras formas de lucha.
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Finalmente, dejemos algo claro: todos los seres humanos pensamos y actuamos influenciados por sesgos cognitivos que en política son aprovechados mediante la propaganda. De esa manera, tratar de comprender la manipulación de las personas más pobres no es una operación para caracterizarlas como inferiores. Por el contrario, la idea es tener presente que la racionalidad no alcanza para promover el cambio social y que la gente con poder económico no necesita ser muy inteligente para conservar sus privilegios. Quienes necesitan ser más racionales son precisamente las personas que están subordinadas, las personas a las cuales se les han negado educación, oportunidades y derechos.
Desde mi punto de vista, la buena noticia es que poco a poco se reconstruye tejido social y activismo político. La mala noticia es que mucha gente todavía no percibe su situación como un problema con solución. Por consiguiente, a esas personas les queda aguantar, emigrar o, en menor proporción, delinquir. La tarea del sistema opresor es que esas personas jamás tengan una expectativa de cambio, ya que la expectativa abre los ojos y posibilita diversas formas de lucha. El sistema opresor procura que la gente no tenga otra opción que continuar buscando algo de felicidad en la pobreza.
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