Que si son unos mal educados, gorrones, irresponsables y desconsiderados. Que si son hedonistas, rebeldes e irrespetuosos. Que sin son una partida de indiferentes, indolentes y apáticos. Y hasta se afirma que toda juventud pasada fue mejor.
Hace unos años, el médico inglés Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflictos generacionales haciendo mención a cuatro afirmaciones, de las cuales solamente comparto dos:
1. “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. No se ponen de pie cuando entra una persona anciana. Responden a sus padres y son simplemente malos”.
2. “Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esta juventud es insoportable, a veces desenfrenada, simplemente horrible”.
Luego de compartirlas, Gibson observó el rostro empático de la audiencia, esperó unos instantes y reveló el origen de las frases: la primera es de Sócrates (470-399 A.C) y la segunda de Hesíodo (720 A.C). Por lo tanto, concluyó: “Señoras madres y señores padres de familia, relájense, la cosa siempre ha sido así, ¡gracias a dios!”.
Para consuelo de todos, el sentimiento de disconformidad con las nuevas generaciones lleva al menos 4,000 años.
Cada época, por una razón u otra ha experimentado cierta desazón y es lógico, todo cambia, la familia, la ciencia, la tecnología, las instituciones. No es que los valores se estén perdiendo, lo que pasa es que se están transformando, serán mejores o peores según quien los juzgue. Ideal sería que la tradición cultural del humanismo permaneciera y con ello el respeto a la vida, la dignidad de las personas, la cultura del trabajo y el esfuerzo personal. El reto es cómo lograrlo en esta generación del zapping y Harry Potter donde el soplo de la ciencia y la tecnología arrastra por corrientes distintas. Los muchachos viven una especie de niñez y juventud prolongada, en una sociedad inmadura, donde el trato igualitario entre distintas generaciones sustituye el respeto por la autoridad y las personas mayores.
El cambio de roles de los padres de familia y sus consecuentes ausencias del hogar han promovido conductas más facilistas, ya sea por descuido –ampliando a los hijos los márgenes de libertad–, o bien por tratar de salvar su “culpa” satisfaciendo todos sus deseos de forma inmediata. Los padres quieren tener hijos sin carencias, felices y simbolizan esa felicidad en confort, vacaciones, dinero. De esta forma, estos hijos de clase media y alta crecen sin saber lo que es un “No”. Lo quieren todo aquí y ahora. Se acostumbran a que si algo les aburre pueden hacer zapping y cambiar por algo más entretenido (del wii pasan al play station). La práctica suele extenderse a los estudios, aficiones e incluso a sus vidas sentimentales.
Esta sobreprotección –donde la inseguridad ciudadana también cuenta– conduce a los jóvenes hacia la adicción del consumismo y el culto a la vida fácil, crecen en una burbuja de magia, hechizos y fantasía (efecto Harry Potter). Ganar dinero es una obsesión, pero lo quieren rápido, sin mayor empeño ni sacrificio.
No hay duda de que debe desterrarse el facilismo, enseñarles que la vida real no es sencilla, que es imposible bajar 35 libras en dos semanas viendo televisión o tonificar sus músculos mientras duermen. Debemos hacerles entender que la competencia de la vida demanda entrenamiento, que los competidores son cada vez más y mejores, que el ambiente es adverso y que solo resistirá el más fuerte. Es preciso que entiendan que “calidad de vida” es más que dinero. Esta se relaciona con valores, con la búsqueda de sentido, la pertenencia a una comunidad, la claridad en las metas y la dedicación a una causa.
Debemos instruirlos en que no todo pasa de moda ni es desechable. Hay cosas que permanecen y se aprecian con el tiempo. Recuérdeles que la mayor plusvalía radica en la experiencia, el esfuerzo, la sabiduría y generosidad del ser humano.
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