Esto fue hace más de nueve siglos. Los emperadores, en su condición de pecadores, debían ser absueltos por el representante de Dios en la Tierra, el Papa. A partir de ahí, este último era el único capaz de tomar decisiones y emitir juicios sobre los patriarcas sin más autorización ni discusión. De esta manera, la espada espiritual o celestial se imponía sobre la espada temporal o terrenal. Esta fue la raíz de muchos conflictos que caracterizaron a la Edad Media, una era caracterizada por la dispersión de la autoridad y aprovechada por la Iglesia católica.
Fue hasta el siglo XVI que dichos conflictos empiezan a marcar un cambio político y social que se caracterizó por un divorcio entre la religión y la política, quedando esta última bajo el control de los reyes y los príncipes. Fue hasta mediados del siglo XVII con el surgimiento de la Nación - Estado que la autoridad, por muchos años dispersa entre el Papa, el Emperador, los Reyes y los Obispos, entre otros, queda ahora centralizada en manos de un gobernante. De esta manera iniciaron los procesos de secularización que marcaron la creación del Estado y la teoría política moderna. Fue el triunfo de la razón sobre el miedo.
A pesar de esto, aún existen estados teocráticos en donde la Iglesia sigue dictaminando los quehaceres del aparato gubernamental. Aparte del Vaticano, un estado sui generis, encontramos algunos estados en el Oriente Próximo y en África en donde los líderes religiosos se encuentran por encima de la autoridad política. En el resto del mundo, la secularización es la norma pero no podemos ignorar la relación que existe entre religión y política en un mayor o menor grado dependiendo del país.
Más allá del fundamentalismo religioso al que hemos estado habituados a asociar con los estados Islámicos como Irán o Afganistán bajo el Talibán, no podemos dejar de lado el caso de los Estados Unidos.
A pesar de ser una federación con una forma de gobierno republicana constitucional, el aparato político y electoral de los Estados Unidos le hace honor a su lema oficial: In God we trust (En Dios confiamos). Aparte de los estados teocráticos en donde el debate religioso obviamente debe ser parte del debate político, no existe otro país en donde se haga tanto énfasis político en la religión como en los Estados Unidos. Desde los más moderados hasta los más radicales, nadie se libra de mezclar la economía, el seguro social y la política exterior con las sagradas escrituras y las distintas interpretaciones a las mismas.
Característico del partido republicano, cuya principal crítica a John F. Kennedy en las elecciones de 1960 fue su condición de católico, en las próximas elecciones de aquel país, esta empieza a ser la misma crítica con la que los demócratas atacarán a quien seguramente será el ungido entre los republicanos, Mitt Romney. Este ha hecho esfuerzos por mantener el tema religioso fuera del debate durante las primarias republicanas pero tanto Rick Santorum, un cristiano anti secular, y Newt Gingrich, un católico converso que comparte un discurso anti secular, han sido críticos del Movimiento de los Santos de los Últimos Días al cual pertenece Romney. Las críticas son feroces y despiadadas, dignas de pararle los pelos a cualquiera.
Las próximas elecciones en los Estados Unidos seguramente se caracterizarán por ser las más sucias en términos de campañas negras. Al igual que en la Edad Media, en donde la autoridad estaba dispersa, es ahora la figura de Dios la que se encuentra dispersa en aquel país. La gran interrogante será quién sacará provecho de esto. Ojalá la razón prevalezca, de lo contrario que Dios (el de cada quien) nos guarde.
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