Guatemala feliz

Y está bien. ¡Es una rolona! Hermosa y sublime música, con una letra profunda, poética y poderosa. Pero, como buena canción pop desechable, al final su mensaje no trasciende más allá de aprenderlo por obligación en el colegio y de tararearla toda la tarde después de oírla en un acto protocolario.

Quizá no es culpa de la canción, sino de lo difícil que es sentirse identificado con un país como Guatemala, que no da tregua. En mi adolescencia nunca me sentí orgulloso de ser guatemalteco, ni con la selección de fut ni con la mejor cerveza ni con los paisajes hermosos del país, ni siquiera con la antigua civilización maya. Guatemala, para mí, siempre había sido un lugar en el que todas las cosas siempre salían mal.

Varias veces me negué a escuchar Sombras en el jardín, de Bohemia Suburbana, porque era un disco guatemalteco y en mi mente seguro era malo. Pero vaya sorpresa la que me llevé cuando por fin le di una oportunidad: había gente en Guatemala que me invitaba a pensar por mí mismo. ¡Vaya novedad! Y así, para mí, el orgullo y el sentido de pertenencia me llegaron a través de la música.

De Bohemia a Viernes, de Viernes a los Estrés, de Estrés a La Tona, de La Tona a muchos otros y a la literatura nacional. «Guatemala sería campeón del mundo en literatura», es lo que siempre dice mi amigo Francisco Alejandro Méndez, premio nacional de literatura. Y, sí, en música también lo sería. O al menos estaríamos jugando las finales.

Para mí, los conciertos se convirtieron en el único espacio donde podía sentir que quedaban atrás la represión y el odio, donde todos podíamos bailar juntos, expresarnos como quisiéramos. De repente Guatemala no parecía un lugar tan malo y al menos yo me sentía orgulloso de ser guatemalteco.

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Por medio del arte fui descubriendo el país en el que me tocó vivir y entendiendo de a poco sus realidades. El arte en general y la música en particular me enseñaron a pensar, a leer, a buscar más allá y a amar mi país con todo y sus terribles contradicciones.

Fue escuchando, leyendo y apreciando el arte guatemalteco como fui descubriendo lo especial del país, su multiculturalidad, sus comunidades lingüísticas, la civilización maya. Pude entender a su gente, comprendí mejor lo que está mal y me hizo querer ser mejor y querer aportar para cambiar las cosas.

Es verdaderamente increíble cómo el amor patrio puede arder de un chispa tan inesperada como la música.

Hoy, cuando vivimos en un momento de polarización salvaje, con un presidente que prefiere intimidar a través de una vulgar muestra de poder antes que enfrentar como persona íntegra los cuestionamientos en su contra, el amor patrio pareciera ir extinguiéndose.

Cuesta creer en este país, pero afortunadamente nos queda la música y, de pronto (aunque no sea hoy), esa chispa podría volver a encender el fuego, ese que nos permitirá recuperar el amor y tomar acción para un futuro donde el himno signifique algo verdadero, sobre todo sus dos primeras palabras.

Aquí les dejo 15 canciones del 2018 para mantener la chispa.