El deporte de élite, practicado por profesionales, es otra área explotada por el sistema capitalista que exige a sus trabajadores deportistas un rendimiento que sobrepasa las capacidades «naturales» de los seres humanos, ya que para lograr competir actualmente, esos deportistas tienen que transformar sus cuerpos, mentes y vidas desde etapas muy tempranas de su niñez. Su dieta es extremamente controlada, su plan de ejercicios ocupa gran porcentaje de sus horas del día, el control disciplinar es fuertemente impuesto por quienes les forman y, obviamente, los recursos invertidos son tan altos que puede resultar peligroso no rendir como se espera. No hay ningún deporte que no se base en la competencia y ninguno que no jerarquice los cuerpos ni las cualidades. Pero en este mundo tan desigual, no todas las personas pueden competir bajo las mismas circunstancias. Obviamente, los países ricos pueden invertir más recursos en equipo, planes y proyectos para sus atletas de alto rendimiento. El fútbol es el deporte que con mayor facilidad podemos comprender como una gran estructura empresarial. Cuando se habla de compra y venta, durante el mercado de traspasos, ni siquiera se humaniza a los jugadores que son vistos nomás como mercancías. Las fronteras y las políticas migratorias parecen no ser tan duras cuando grandes fajos de dinero están de por medio. Sin embargo, hay historias de niños africanos que fueron llevados a Europa y luego abandonados a su suerte, porque los casos de «éxito» son muy pocos comparados con el número de jóvenes que lo intentan. Por cada Drogba hay cientos de niños que quedaron fuera (literalmente varados en las calles europeas intentando sobrevivir un día a la vez).
Algunas personas podrán pensar que es cuestión de talento y no están equivocados. No obstante, esa es solo la cereza del pastel. Los recursos materiales son claves para que ese talento sea rentable. Son excepcionales casos como el de Erik Barrondo que, a pesar de las carencias, pudo obtener una medalla olímpica. O el de Ana Lucía Martínez, quien en otro país encontró las oportunidades que aquí no existen y además le niegan, ella es una jugadora profesional en las ligas de Europa. Hago mención de esto porque durante este 2022 las alegrías deportivas se las debemos en su gran mayoría a las y los hijos de migrantes. Esos migrantes que salieron huyendo del país precisamente porque sabían que aquí no tendrían oportunidades. Migrantes que a pesar de la brutalidad de la frontera llegaron «al otro lado», a ese lado al que Guatemala te empuja.
Me ha llamado la atención cómo estos jóvenes migrantes, con su corazón chapinizado por la nostalgia familiar, regresan a este país dándonos alegrías como bálsamo a la impunidad y el abandono. Regresan con grandes sonrisas, haciendo pases y goles o corriendo distancias largas, representando a Guatemala cuando pudieron ser parte del equipo del país que sí les dio lo necesario para pulir sus capacidades, su talento. Pero no puedo dejar de pensar en que ellos lo están logrando porque sus familias se fueron, huyeron de esta tierra despojada y, seguramente, pasaron por momentos sumamente difíciles porque, sencillamente, Estados Unidos no es amigable con las y los latinos.
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También pienso en la diferencia de trato hacia estos migrantes. La gente les celebra su origen guatemalteco con gran nacionalismo y con el orgullo de una patria que solo existe durante eventos deportivos, musicales y, a veces, para los 15 de septiembre. Un tanto contradictorio porque esta misma afición también celebraba que las caravanas que salieron de Honduras no pasaran por territorio guatemalteco. Una afición que no se inmuta ante los cientos de migrantes que han sido asesinados por las políticas migratorias estadounidenses que les obligan a buscar rutas más peligrosas, a jugárselas por horas en un camión ardiente, escondidos en tráileres o arrastrados por los desiertos. Esa afición a quien no le importa quién llega al congreso, a la presidencia o a las cortes de justicia, a sabiendas que quienes ocupan esos espacios toman a diario la decisión de hacer de este pedazo de tierra, un país para pocos. Entidades corrompidas frente a la educación, la salud y los deportes.
Esos migrantes que hoy nos hacen sentir contentos y celebrar sus triunfos como nuestros, se merecen nuestra admiración y respeto. Guatemala les negó la oportunidad de encontrar sus potencialidades y poder disfrutarlas, así que gracias por compartirlas con nosotros. La migración nos sigue salvando y ahora no solo con las remesas, sino con esa emoción de ver a Luis Grijalva, Arquímides Ordoñez, Allan Juárez, Kevin Mendoza, Néstor Cabrera y Arian Recinos jugársela por esta ficción de país.
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