Nos encontramos en un momento punitivo que yo he denominado hipertrofia penal, que se caracteriza por un desarrollo desmedido y perjudicial del uso de los recursos del Estado para supuestamente ofrecer seguridad y certeza en la sanción de delitos cometidos. Tres elementos se presentan claramente para que la hipertrofia surja: a) una sociedad sin diálogo, b) una academia deficiente y c) una incapacidad de los sujetos con poder político. Estos elementos dan como resultado pobres propuestas de solución de conflictos, la fuerte creencia de que todo problema se resuelve con derecho penal y, de forma desmedida, la admisión de que el orden proviene de violentar derechos humanos. Dos ejes sostienen los elementos antes referidos. El primero descansa en medios de comunicación poco formativos y muy sensacionalistas. El segundo, en la censura de la conciencia individual y de las formas plurales de expresión.
En sociedades sin diálogo y con censura de conciencia (lo cual conlleva internamente la censura de la opinión, del pensamiento libre y de las formas de expresión) se dejan de atender problemas contemporáneos de relevancia para la inclusión social, la participación real y el respeto de la dignidad de la persona. Estas censuras provienen mayormente de dos vertientes claramente visibles todos los días: las Iglesias y el etiquetamiento social ideológico. Una mezcla de Edad Media y Guerra Fría.
Las academias deficientes tienen tres vertientes que las nutren. La primera radica en la carencia de un pensamiento crítico y en la necesidad de sostenimiento del sistema clientelar, es decir, en una carencia de ideas nuevas y en la aceptación de un sistema político que favorece los intereses de pocas personas. Acá pueden identificarse carreras como el Derecho, la Ingeniería Civil y las Ciencias Económicas, entre otras. La segunda debe ser dividida en tres grandes sectores: a) una universidad pública sometida al control del sistema clientelar, b) grandes universidades privadas con poca proyección de cambio social y c) nuevas y pequeñas universidades privadas que han surgido con intereses políticos o que falsifican lo que implica la construcción académica. Finalmente, la tercera vertiente es aquella cuyos alumnos provienen de una sociedad sin diálogo y carecen por ello de diálogo académico.
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El producto de la academia deficiente es un profesional que se confunde entre los actores sociales sin formación superior, sin distinguirse, sin sobresalir, cuyas deficiencias los vuelven parte de una sociedad sin diálogo de manera conformista.
Finalmente, la incapacidad política, evidente todos los días, se sostiene con propuestas sensacionalistas, muy bien reproducidas por los medios de comunicación, de profesionales dispuestos a reiterar el sistema y a no cambiarlo, así como con una sociedad poco exigente porque no dialoga ni discute cómo abordar los grandes problemas sociales y contemporáneos. Todos estos factores juegan a favor de que quien haga política encuentre espacios válidos para sus muestras de incapacidad, pero además los conducen a plantear sistemas represivos, momentos punitivos que configuran la hipertrofia penal.
Empezaremos a retroceder en estos caminos cuando destruyamos los discursos sociales de convalidación, pero también las realidades. Todo será distinto cuando el candidato ofrezca que ningún adolescente seguirá enfrentando prisión, pues sus problemas sociales mínimos serán atendidos y su integración comunitaria le permitirá un desarrollo exitoso de vida; cuando abandonemos absolutamente la creencia de que el candidato más violento es el ideal, o cuando, por ejemplo, la pena de muerte no se mencione más.
Hoy en día parece que nos dirigimos a un sistema de venganzas públicas a causa de la honda creencia, como hace siglos, de que los castigos son la solución. Hay hipertrofias físicas que sanan con buena alimentación. Esta hipertrofia penal sana con ideas sostenidas en democracia, inclusión y desarrollo humano; con más diálogo social y mayor propuesta académica.
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