Editoriales, columnas de opinión, noticias a la medida de los intereses oligárquicos e intercambios en redes sociales. Cuando se trata de Venezuela, parece que no hay grises o matices. Izquierdas y derechas presentan sus posiciones, pero la extrema derecha, cuyo mensaje es hegemónico, se caracteriza por una especial virulencia que trato de resumir en cuatro puntos:
- Las derechas chapinas desprecian la democracia. Rechazan cualquier forma no electoral de representación y niegan a los pueblos originarios el derecho a tener un poco más de control sobre sus vidas. Promueven imaginarios fantasiosos de una república donde se garantiza que el interés de unos pocos esté por encima de la voluntad de las mayorías. Por eso resulta hipócrita que hoy defiendan la Constitución venezolana (sí, esa que dejó Chávez como legado) y se opongan a una Asamblea Constituyente porque, según ellos, eso no es democrático.
- Se rasgan las vestiduras porque escasea el papel higiénico en Venezuela, pero les importa un carajo que Guatemala tenga vergonzosos índices de mortalidad infantil y que la pobreza extrema haya aumentado en los últimos diez años. De hecho, utilizan frasecitas como «enseñar a pescar en lugar de regalar el pescado», en claro desprecio de políticas sociales, entre otras razones porque esas políticas requieren un Estado que debe ser financiado con impuestos. Dicho sea de paso, en Venezuela esas políticas redujeron la pobreza de manera consistente. Los indicadores del Banco Mundial y de la ONU lo dejan claro.
- Hablan de injerencia comunista en Venezuela, pero hacen silencio cuando empresas extranjeras mineras, de telecomunicaciones o de medios masivos pagan sobornos, financian campañas electorales, violan la ley y obtienen grandes ganancias. Es decir, quieren defender la soberanía de oenegés malvadas, pero practican ceguera selectiva cuando se trata de grandes negocios cuyas migajas aspiran a recoger.
- Condenan la toma del espacio público y criminalizan acciones de protesta campesinas, pero celebran la violencia opositora en Venezuela y la hacen parecer como algo lógico y justificado. De esa cuenta, vitorearon el golpe de Estado fracasado contra Chávez y apoyan actos de violencia que poco a poco han ido escalando en ese país. En contraste, aquí recetan paz y obediencia ante el hambre y la exclusión.
En suma, esa derecha histérica dice tener la verdad sobre Venezuela y critica de ese país lo que calla de este. La hipocresía, entonces, denota intereses y el afán de ocultar, a como dé lugar, los logros del régimen venezolano en educación, vivienda y nutrición (por citar tres ejemplos), que por supuesto no borran los errores económicos y políticos, así como la grave crisis actual.
Maniqueísmo, o fanatismo de derechas libertarias, que resulta muy parecido al de algunas izquierdas y que debemos rechazar porque ni Venezuela ni Guatemala existen en el paraíso o en el infierno. Por el contrario, es necesario el pensamiento crítico para aprender de lo que ocurre en ese país, pero con sensatez y sin miedo a los retos que plantean nuestros graves problemas.
Esto viene al caso porque el jueves 27 de julio se llevará a cabo en la Universidad de San Carlos un evento académico para analizar la situación venezolana. Esta oportunidad es especial, ya que permitirá conocer específicamente la otra versión, la que no aparece ni en los medios chapines ni en la propaganda libertaria. Y, claro, habrá críticas y cuestionamientos que harán interesante la ocasión y que nos permitirán pensar en retos de transformación social que sin duda se necesitan en Venezuela y, por supuesto, en Guatemala.
Usted sabe que Guatemala tiene gravísimos problemas y que se necesita un Estado fuerte que haga de la lucha contra la corrupción algo irreversible, pero ante todo se necesita un Estado que no permita a nadie estar por encima de la ley. A ese Estado capaz de redistribuir la riqueza le tienen miedo los sectores que quieren distraernos con el infierno venezolano, del cual solo nos cuentan una parte.
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