Cualquiera pensaría que en una ciudad en donde el problema del transporte, en lugar de resolverse poco a poco, es cada vez más problema; en donde el agua corriente escasea y los hogares suelen verse forzados a sustituirla con raciones reposadas en toneles oxidados; en donde cada llovizna es una promesa de nubes perjumadas de basura que lo suliveyan grueso a uno; en donde el estado real de los recolectores sigue siendo un oscuro secreto que de vez en cuando regala profundas sorpresas; cualquiera pensaría que en una ciudad donde ocurre todo esto (y quién sabe qué más), las prioridades serían otras, pero no: aquí nos ponen a patinar en hielo, como vemos en la tele que hace la gente bonita en navidad.
Y sí, es verdad que muchísima gente “se la gozó” (según las notas de prensa, alrededor de un millón y medio de personas), que los niños sonrieron, que guatemaltecos que no tienen la oportunidad de viajar a lugares en donde hay nieve (aunque aparentemente eso debería escribirse “<3nieve<3”) lograron patinar en hielo…esa parte no la niego, aunque tampoco creo que justifique el asunto o lo blinde de críticas. Yo mismo he sido (y sigo siendo) férreo defensor del derecho de los ciudadanos a la recreación…¿pero UNA PISTA DE HIELO? ¿en serio? ¿cuánto cuestan unos patines de hielo? ¿y los cascos? ¿se habrán comprado también con fondos provenientes de los fideicomisos sagrados de tumuni? ¿habrá sido limpio el negocio? Pero dejemos eso de lado. Dejemos de lado también la similitud de este asunto con el de ese papá atrasadísimo con las cuotas del colegio de la hija, pero que sin dudarlo se endeuda para celebrarle la fiesta de quince.
Hagamos como que no existiera tampoco esa perversidad consumista/politiquera de crearle al pueblo una necesidad particular –falseada, claro– para luego hacerse grande supliéndola. Más allá de eso, lo que me preocupa es que esto de la pista revela, subraya, confirma nuestra profunda negación de quién somos, ese deseo de ser otra cosa, el rechazo a nuestra morena realidad: es racismo.
Yo tengo claro que de ese racismo innegable –y que pareciera ser ya innato– se agarra la oligarquía (que al final es la que directa o indirectamente mueve las pitas del gobierno central y del municipal capitalino) para apelar a nuestras aspiraciones blancas y convencernos de que gastando podemos ser mejores personas, menos mucas, menos shumas. Si nos esforzamos podemos ser menos indios y más europeizados, al menos en nuestras costumbres. La autoestima se mantiene baja y eso ayuda a que el pueblo sea sumiso ante el poder.
En una plática en la URL a finales de noviembre, Marta Elena Casaús Arzú se refirió a cómo ella y sus colegas fueron descubriendo durante la investigación para ”Guatemala, Linaje y Racismo” que la oligarquía criolla local se siente racialmente superior y no-guatemalteca. Partiendo de eso (en lo cual creo), me temo que tomar celebraciones ajenas como Thanksgiving –que responde a un hecho histórico en el que no tocamos pita– o imponer pistas de hielo –cuando aquí ni nieva– es a eso a lo que responde. Sentarse con la familia a cenar pavo con puré y cranberries puede parecer nimio, sabroso (que sabroso fijo es); ponerse el gorro, los guantes y la bufanda para ir a patinar en hielo seguro nos parece divertido (que quizá lo sea) pero el punto es que aunque no lo sintamos, termina siendo destructivo, porque, como dije, conlleva una veta innegable de racismo y negación a lo indio, a lo ladino, a lo mestizo, a lo que podría considerarse propiamente guatemalteco –que somos la mayoría.
Las actividades culturales que nos son propias, eso tan escaso de donde medio podríamos rascar algo que se parezca a una identidad, están siendo desplazadas por otras más “glamorosas”, más “cosmopolitas”, más “blancas”. Vale decir que en 2012, la tradicional Feria de Jocotenango fue autorizada únicamente del 10 al 19 de agosto, el plazo más corto en su historia. La pista de hielo y el tobogán para trineos, sin embargo, estuvieron habilitados un total de un mes con catorce días, según Emisoras Unidas. ¿Qué nos dice eso sobre las preferencias del Alcalde?
Estoy consciente que, con todo y todo, la alienación es hoy por hoy inevitable; las tradiciones se erosionan naturalmente y mutan y se transforman, a veces espontáneamente y a veces influidas por distintos factores; nada es estático, vaya… pero que la alienación sea una política estatal, eso para mí es lo imperdonable. No creo que debamos agradecer a la Muni y a sus amigos, que ya mejor deberían sincerarse por completo y empezar a ofrecerle a la mara, a precios accesibles, blanqueamientos de piel y tintes rubios. Tal vez así los señoritos de verdad logran pretender, de forma más certera, que viven en el país en el que obviamente preferirían vivir.
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