Sin embargo, muchos hombres –en relaciones heterosexuales u homosexuales– son abusados cotidianamente, incluso violados. A veces, el silencio se antepone por vergüenza. Quienes se atreven a hablar son objeto de burla, tachados de “pendejos o nahuilones” y cuestionados en su hombría. ¿De cuál equidad de género se habla entonces?
Soy mujer, pero también soy madre, por ende, igual temor me causa el hecho de pensar en la posibilidad de que mi hija pueda caer en manos de un loco, como imaginar a mi hijo en manos de una pareja abusadora.
Me lacera la saña con la que cientos de mujeres son asesinadas y agredidas cada día. Aplaudo las luchas de los movimientos feministas gracias a los cuales hoy se cuenta con mejores leyes y garantías de protección, pero también llamo la atención sobre el hecho de que dichas leyes no deberían nunca representar desventajas para los hombres que pasan por situaciones similares y que no denuncian porque “no les van a creer”. Asesinar es la forma más cruel de destruir la vida de un ser humano, pero también existen otras que, sin dejar rastro de sangre, tienen un considerable poder devastador.
Hay mujeres golpeadoras. Recuerdo a un conocido residente en Estados Unidos cuya mujer solía agarrarlo a sartenazo limpio, casi por afición. En varias oportunidades llamó desesperado al 911. La policía llegaba, lo veía con recelo y en lugar de defenderlo, se deshacía en atenciones y preguntas hacia la agresora, hábil manipuladora que en un dos por tres se convertía en la víctima ofendida de aquel hombre 28 años mayor.
En general, la necesidad de compensar la desigualdad física, hace que la mujer se especialice en las técnicas de la manipulación y la violencia psicológica. Existen mujeres que denigran todo el tiempo a sus parejas(en privado o en público), los insultan, los ignoran o acosan, los aíslan de amigos y familiares, les imponen creencias religiosas y controlan sus finanzas.
Las tácticas sexuales también son comunes. Critican sus cuerpos; ridiculizan su desempeño; les condicionan las relaciones; o les obligan a tener un tipo de relación sexual que ellos no desean. Al final, estos ceden “por llevar la fiesta en paz”.
La intimidación les obliga a callar pues tienen miedo a las denuncias falsas, a las consecuencias económicas pero también, al daño que pueda hacérsele a los hijos, arma predilecta de padres y madres desaforadas… tan común como deplorable.
La magnitud de las taras culturales puede llegar a ser tan grande que muchos hombres ni siquiera aceptan o se dan cuenta de que están siendo violentados, pero viven enfermos, deprimidos y atemorizados. El peso de la impotencia les asfixia la conciencia.
No hay estudios que permitan dar cuenta exacta de la situación, aunque hay países como España, Perú, México y Holanda cuyas estadísticas muestran un aumento gradual de la violencia desatada por la mujer hacia el hombre. En este último país del 100% de casos de maltrato, el 40% corresponde a hombres, aunque solo el 14% denuncia. Esta situación ha llevado a habilitar refugios y promover proyectos de protección y apoyo.
Tampoco existe información que permita determinar quién ataca primero en la pareja y con ello no estoy justificando nada ni a nadie, tampoco subestimando la proporción del daño físico que la fuerza de un hombre pueda causar en una mujer. Simplemente digo que valdría la pena explorar más los patrones de agresión, las razones, saber quién es el que lanza la primera bofetada, el provocador, el que suele llevar al otro a los peligrosos límites del abismo. ¿No es esto justo pero además útil para la adopción de medidas que permitan corregir el mal?
“Si un hombre responde con violencia contra la mujer, él no se está defendiendo, él está agrediendo. En cambio, si la mujer agrede actúa en defensa propia”, alegó una víctima.
Una democracia que se jacte de serlo, una justicia con real equidad, no puede tratar diferencialmente a nadie, ni aun cuando ese nadie sea considerado una minoría. Soy solidaria con las mujeres pero también lo soy con todo aquel que padece las dolorosas secuelas del maltrato, al fin y al cabo humanos somos todos.
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