Edelberto, hijo de «Don» Edelberto Torres Espinoza, nicaragüense, amigo de Rubén Darío y opositor a Somoza, se tuvo que exiliar en Guatemala. Fue famoso el juicio que le ganó a la aerolínea Panam porque había comprado un boleto de Guatemala a Costa Rica con la condición de no hacer escala en Nicaragua por su seguridad. La empresa hizo la escala y, efectivamente, Don Edelberto fue torturado y al salir de prisión con ayuda de un abogado guatemalteco ganó una demanda contra Panam por un millón de quetzales. El hijo, Torres Rivas, creyente del centroamericanismo, siguió sus pasos de pensador y político, vivió en varios países exiliado, en cuenta Chile e Inglaterra. Alguna vez, en una celebración de cumpleaños en «La Mezquita» le escuché hablar de los matices que había logrado interiorizar durante las décadas en el extranjero. Escribió decenas de libros y una característica de su pensamiento agudo era la ironía sagaz y la forma de escribir amena, cuestión complicada para los académicos. No era amoroso, sino más bien tosco, pero generoso en enseñar, compartía maltas con sus amigos e inspiró a decenas de alumnos suyos y otros que acudieron al llamado que hizo, junto a Juan Alberto Fuentes, a fundar Semilla. Dirigió el informe del PNUD por varios años y escribía los domingos en elPeriódico una columna magistral.
Lo cuidó hasta el final, después de sus noventa años, su querida Ana María Moreno, quien lo amó absolutamente. También participante en Semilla, estuvo un tiempo a cargo de cuestiones financieras. Con voz y gestos delicados, Ana María, entusiasta, elegante y didáctica, siempre presente en corazón y mente, tenía claridad política y ética. En «La Casa Azul», el hogar que compartieron en San Pedro Las Huertas, recibieron muchas visitas y regalaron libros, revistas y recuerdos de décadas que perduran en manos de los amigos. Cuando conocí a June Carolyn Erlick, periodista que escribió un libro sobre la desaparición de Irma Flaquer, hablamos sobre la amistad con Edelberto y me contó cómo tras un periodo de desasosiego, el amor de Ana María lo había hecho brillar como un renacimiento. Yo le conté que ella había muerto y June no lo sabía; lloramos juntos en su oficina.
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Por último, recuerdo, con más cercanía, a Fernando Valdez. Académico, riguroso, puntillista, autor de libros extensos y complejos. Cada cierto tiempo, pienso qué recomendación daría para cierta coyuntura política y me cuesta configurar una respuesta, pero trato de imaginarla y esa práctica me obliga a esforzarme. Aprendió a pensar críticamente con lealtad; estudió y trabajó para universalizar lo que ahora se ve claro que es la cooptación de las élites económicas, pero que hace unos años era un tema que no figuraba en la agenda pública. Mantuvo cierto perfil reservado huyendo de la impostada notoriedad. Podría decir mil palabras de él, pero también me enseñó a no hablar de más.
Los tres no están ahora con nosotros, pero sí que lo están. Efectivamente la siembra se dio, que fue indispensable. Y mucha gente ha tomado la tarea de regar, cuidar, resembrar, para llegar a esta nueva posibilidad, que parece de fantasía.
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