A finales de 2018, Jimmy Morales (hoy presidente) llegó acompañado del diputado Galdámez e igualmente fueron repudiados. Asimismo, en los programas de radio, numerosos ciudadanos critican muy fuertemente al actual gobierno, de forma muy similar a como lo hacían con el gobierno del PP.
En los mítines de este año ya no será al borrachito del pueblo a quien le van a tener miedo (porque ese personaje era quien les gritaba sus verdades a los políticos). Ahora le pondrán atención a la gente, pues cualquier persona común y corriente se mofará del político que visite la comunidad. Estamos viviendo un mundo nuevo: el mundo de la horizontalidad en el marco de las comunicaciones instantáneas, como Internet. A Manuel Baldizón lo sacaron corriendo por primera vez de la Antigua (en 2015) y se convirtió en ejemplo del poder que tenía la gente al repudiar públicamente a los corruptos.
Todos lo sabemos: el escenario cambió en el siglo XXI. Hay un nuevo paradigma en la comunicación: la gente asume ahora un papel protagónico. Tras demasiados años de ser receptores pasivos, ahora somos comunicadores activos. Nos hemos convertido en productores de comunicación. Es el nuevo escenario: usamos la tecnología de comunicación digital desde la esquina de cualquier pueblecito del mundo. Y se nos llama prosumidores porque producimos y consumimos comunicación.
Esto ha creado un nuevo protagonista: el ciberciudadano, que tiene poder en sus manos al saber usar un teléfono celular o una computadora. Ese nuevo actor de la vida política se ha acostumbrado a participar en los programas de radio, donde expone su opinión, y le gusta postear sus ideas en la televisión. Y hasta manda tuits a Fernando del Rincón (CNN) o a los programas deportivos de otros países, porque no solo lo hace en el campo político. Es el chapín ciberactivo, el que vive prendido de la red.
Es el chapín que desconfía de sus autoridades debido a tanto escándalo de corrupción, ese mismo ciudadano que está harto de lo que están haciendo la mayoría de los diputados, muchos de sus malos alcaldes, los pésimos gobernadores o los policías pillos a los que a veces se enfrenta.
Por eso las redes sociales han venido a convertirse un poco en vertederos sociales, en repositorio de las frustraciones del guatemalteco común, pues, como la situación no cambia, por lo menos hay la posibilidad de quejarse contra todo y contra todos los que se pueda.
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Este nuevo poder de comunicación ha cambiado como nunca antes en la historia de la humanidad: pasó de las manos de los poderosos, de quienes están en la cúspide, a las de los usuarios de esta tecnología de comunicación, que ojalá un día se conviertan en ciudadanos, pues tienen la posibilidad de responderle —de inmediato, instantáneamente— al poder institucional. Y lo hacen con su franqueza formal: en forma directa, abierta, sin picaportes.
En este nuevo mundo las instituciones tendrán que hacer lo mismo: abrirse al escrutinio público para que retornen a los ciudadanos, a quienes les corresponden. Si no lo hacen, serán víctimas de esa horizontalidad que permite la red. Porque hoy el jefe de jefes ya no es el que está arriba, sino el que tiene un teléfono celular para quejarse, para protestar, para hacerse escuchar porque está indignado, incluso para gritarle al mandamás de un país, como lo hizo en Nebaj en 2013 con Otto Pérez y lo confirmó haces pocos días con Jimmy Morales y Galdámez.
De ahí el poder de los memes: un instrumento de burla, de escarnio popular, muy temido por ser un elemento digital muy fácil de compartir y con un impacto profundo en la conciencia ciudadana. A ese medio hay que tenerle más miedo hoy que a la lengua del borrachín del pueblo. Hoy el teléfono celular es el arma para subir, en forma instantánea, cualquier denuncia, por insignificante que parezca.
Y claro que hay excesos y que a muchos se les va la mano. Pero es preferible eso a mantenernos en los tiempos de miedo a expresarnos, como los que trágicamente vivimos en silencio durante el siglo XX.
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