Desde la ventana del hotel se veían las ruinas de la Penitenciaría Central, que fue arrasada por el huracán Mitch. Los Radio Moscow, con Brain Cycles, ponían la música de fondo mientras yo escribía unas reflexiones amargas sobre el poder, que luego fueron incluidas por Plaza Pública en Levantamiento crustáceo.
Desperté recordando aquella casa de un nivel frente a uno de los torreones que quedaron en pie en las ruinas de la penitenciaría, que cerca del tejado todavía tenía las marcas del nivel que había alcanzado el agua. Había estado enfrente de la casa por varios minutos, detenido en el tráfico caótico de la tarde, y su recuerdo fue el pretexto necesario para sacarme de la cama.
El insomnio viene a hacerme compañía con más regularidad de la que deseo. Y escribo estas líneas en una de sus últimas visitas incómodas. Las horas de la madrugada suelen llenarse de sonidos que cruzan el espectro que va desde Echoes, de Pink Floyd, hasta Downtown Tonight, de Tyler Bryant & the Shakedown, pasando por la irreverente letra de País de las Maravillas, de La Banda Bastön.
Viejas grabaciones de los Doors interpretando My Eyes Have Seen You en 1967, los sonidos de la neopsicodelia de Tame Impala, con la lujuria de The Less I know the Better, y los ilustres bluesmen con Junior Kimbrough a la cabeza se mezclan con sugerencias de buenos amigos como El Antimosquito, que con Early to Bed, de Morphine, prueban que se puede hacer rock sin guitarras eléctricas.
Las horas de la madrugada transcurren entre la lectura de los periódicos, que le dedican párrafos a la mirada de Ivanka Trump al primer ministro de Canadá. Trato de contestar algunos de esos correos inconclusos que le debo a mucha gente con la que intento mantener contacto y, con menor éxito, de escribir o dibujar los trazos de futuras maquilas. All Nightmare Long, de Metallica, y el Ritual de lo Habitual, de Jane’s Addiction, me proveen de la visión idealista y positiva que necesito para hacer frente a las horas que vendrán en el día una vez que el sol se haya levantado.
Sin embargo, el insomnio da incluso para más. Nos permite divagar por lugares tan poco comunes, como las por ahora escasas posibilidades de fiscalizar la corrupción de esos regímenes del socialismo del siglo XXI, que van de decentes por el mundo, pero clasifican como reservados los nombres del escándalo Odebrecht y devuelven los expedientes del Ministerio Público del Brasil porque vienen en portugués. No vaya a ser que alguien en Quito malentienda los nombres de los involucrados e identifique la nomenclatura revolucionaria en negocios mundanos.
El sol aparece en escena con Runnin’ Down a Dream, de Tom Petty.
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