Aquel pertenece a una generación que debió sacudirse esa cultura de la guerra, que cara a cara con la muerte se fue deshaciendo con base en drogas y orgías para perderse en tratados de paz, siempre elitistas y que requerían que con una voz la realidad destruyera esa dicotomía ideológica parte del péndulo interminable y planetario. Y a ellos les tocó revalorar el individuo, la anarquía, el derecho a cuestionar los estamentos míticos y vernáculos, a reivindicar las chispas en los ojos que olfateaban una sociedad mediocre, violenta y decadente.
En esta época refulgieron la literatura, las galerías de arte, los centros culturales: espacios que nosotros damos ya por sentados sin pizcas de agradecimiento. Ahora nos reencontramos. Estamos él y yo en las meras olas, que son tan groseras que lo obligan a uno a surfear con lo que se ha aprendido, pero a la vez improvisando.
Hay veces en las que ya no dan ganas de patalear, de llegar a la orilla que se ve ahí nomasito, pero estos cien metros que faltan están llenos de tiburones que han controlado el mar desde hace tanto. Y ahora, de cuatro añitos para acá, se les empezaron a clavar dardos que los tienen desnudos y eufóricos. Pero la sangre más los revuelve y ahora andan en cuadrillas bulliciosas, pero que muestran sus esqueletos desnudos.
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Se han organizado y a cualquiera que se sube a la tabla se lo tratan de bajar con las mismas técnicas de antes: las mentiras, las mentiras, repetir y repetir. Y los nadadores, la gente, se empiezan a desesperar. Y eso es lo que al final buscan: desarticular a ese grupo de personas que está tratando de llegar a la arena. Y los tiburones están cada vez más rabiosos. Tienen pánico porque han sido descubiertos y, aunque circulan con pocos dientes, están viejos ya y ellos lo saben. Y saben que al final de cuentas tienen cierta propensión a extinguirse por pura obra de la evolución planetaria.
Se habrá de acariciar la arena, pero no será para nada gratuito. Muchos quedarán con los brazos amputados. Otros dejarán sus cuerpos vacíos en el fondo de los mares. Otros se pasearán al lado del tiburón por la mera seducción de los colmillos. Llegar, si es que existe la arena como tal o es solo un anhelo mitológico de algún delirio literario, será un logro de los nadadores cuando se hagan uno solo con las olas y entonces ese sunami se vuelva arrollador.
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