El asesinato de la activista Berta Cáceres en Honduras por su defensa del territorio frente a los intereses hidroeléctricos y mineros tiene una importante resonancia en las rotativas, los informativos y las redes sociales. Centroamérica emerge en la actualidad informativa española y europea del nuevo siglo como la región más violenta del mundo, especialmente el triángulo del norte.
Rodolfo Barón Castro, el gran estudioso salvadoreño de la historia centroamericana que pasó gran parte de su vida en España, decía en los años 1950 que Centroamérica, dentro del americanismo español y europeo, disfrutaba de una consideración más geográfica que política al ser vista como parte de América del Norte, sin analizar su peculiaridad dentro de los rasgos comunes de la historia latinoamericana.
La lectura de las hemerotecas de décadas pasadas y de años recientes permite entender cómo Centroamérica, en distintos momentos y de manera coyuntural, siguiendo a Alain Rouquié, capturó la atención mundial. Primero, por la cruenta guerra civil que experimentó en la década de 1980; y segundo, por los efectos que está sufriendo al resquebrajarse su ya frágil institucionalidad, tanto por la exclusión y la violencia estructurales como por la presencia del dinero negro del narcotráfico.
Los sociólogos y politólogos españoles han estudiado desde hace más de una década los efectos de los procesos de paz, los que hasta el día de hoy siguen siendo, en palabras de Manuel Montobbio, guiones para interpretar. La transición a la democracia y las transformaciones del modelo económico que se esperaban de la región en las últimas tres décadas son hasta hoy un proceso inconcluso: el modelo de mercado, nuevas exportaciones y remesas, junto a la adopción de nuevas políticas públicas, no ha conseguido que asistamos al fortalecimiento de las instituciones públicas, como bien lo ha señalado Salvador Martí i Puig. Por ello, la profundización de la violencia y el crimen son resultado de una democracia elitista y excluyente que hunde sus raíces en nuestra historia republicana.
A pesar del desencanto, los sucesos políticos recientes de Guatemala son una oportunidad inmejorable para comprender no solo los nuevos actores en la vida política española, sino también las luchas de memoria que en ambos países se libran cotidianamente en el espacio público. Al ser la Universidad de Valladolid una de las instituciones de educación superior, exceptuando a las de Madrid y Barcelona, que acoge gran número de estudiantes centroamericanos en sus aulas, pienso que tiene mucho sentido y vigencia hablar aquí de la historia y actualidad de esta lengua de tierra desde la que se puede explicar una parte importante de la historia iberoamericana más allá de los tópicos.
Centroamérica aparece en la actualidad informativa por su violencia irracional, pero desaparece como una posibilidad de conocer y reflexionar sobre otras dimensiones de la historia de España y América Latina que incluso aquí han sido poco estudiadas y conocidas. Con las excepciones habituales de los colegas españoles que han hecho de la región el principal foco de interés de su labor docente e investigadora, Centroamérica es una región por conocer y que hay que dar a conocer allende los telediarios o la nota de los corresponsales. Depende de nosotros, de las personas, de quienes enseñamos e investigamos en ambos lados del Atlántico y de otros actores sociales y culturales que la región más violenta del mundo sea un ámbito de encuentro y reflexión que permita construir con perspectiva global sociedades más democráticas y más incluyentes. La larga tragedia que experimenta nuestra región no debe hacer decaer en nosotros la lucha por pensar para ella y otros pueblos excluidos más posibilidades de un mejor futuro.
Más de este autor