La corrupción administrativa es aquella en la que incurren los burócratas y los gobernantes con el fin de otorgar beneficios y privilegios políticos a sus allegados y aliados. Pero de lo que se ha hablado muy poco es de la corrupción que tiene lugar en los ámbitos de la economía por actos cometidos por los dueños de los factores de producción. La corrupción económica es igual de destructiva que la administrativa y no solo destruye la economía individual, sino que afecta también el crecimiento macroeconómico a largo plazo.
El dinero obtenido por la corrupción no puede ser tratado como dinero ganado de manera legítima y, por lo tanto, se debe tratar como dinero sucio. No se paga ningún impuesto sobre estos ingresos y no se puede invertir de forma transparente. La práctica en Guatemala ha sido invertirlo en edificios que se llenan de apartamentos y en centros comerciales fantasmas, o bien desaparecerlos en cuentas en paraísos fiscales. La corrupción empresarial era muy difícil de rastrear antes, pero en los últimos años hemos visto una importante expansión en la capacidad de medir la corrupción gracias a una legislación que ha permitido tener un mayor control sobre el movimiento de capitales. En el mundo de los negocios, al igual que en la corrupción administrativa, la corrupción responde a la teoría de incentivos económicos, y los efectos de las políticas anticorrupción a menudo se atenúan a medida que los empresarios encuentran estrategias alternativas para pagar rentas a burócratas. Esto ha permitido que surjan nuevas formas de hacer corrupción. Para ejemplificar esto, solo veamos cómo algunos empresarios nos están vendiendo ahora los proyectos de inversión público-privados como la receta mágica para acabar con la corrupción y la ineficiencia del Gobierno. Están buscando nuevas estrategias para continuar la búsqueda de rentas, y muchos guatemaltecos inocentes están cayendo en la trampa de ese discurso.
Este dinero, mal habido por la búsqueda de rentas y por la corrupción, no agrega mucho valor al PIB y se utiliza en transacciones no económicas fáciles de transportar, que pueden mantenerse en posesión personal de manera discreta y difíciles de rastrear. Se realizan negocios por propiedades con montos ridículos, como la compra de grandes extensiones de terreno por apenas unos cuantos miles de quetzales, entre otros ejemplos. En Guatemala, ante el libertinaje legal en que vivimos, estos empresarios han sido más descarados y han sacado ese dinero en maletas de manera siempre invicta o incluso lo han lavado frente a nuestros ojos con sendos centros comerciales y ciudades privadas.
Desafortunadamente, el dinero que se ha generado de la corrupción no se derrama al resto del país y sus efectos son nefastos para la economía. Esta es una de las razones por las cuales nuestros indicadores de desarrollo humano son de los peores en América Latina. Si seguimos bajo este ciclo de nuevas formas de corrupción, lo que seguirá pasando en Guatemala es que el volumen de dinero circulante en la economía se reducirá más y bajará la inversión, lo cual tendrá un impacto directo en el bienestar de los guatemaltecos. Aumentarán la pobreza, el desempleo y la migración al norte, y el volumen del PIB disminuirá más y más.
Los grandes filósofos griegos consideraron los valores como guías para la excelencia en el pensamiento y la acción. En este contexto, los valores son estándares que nos esforzamos por lograr. Los valores son hábitos prácticos que nos permiten vivir como individuos, tener éxito y alcanzar la felicidad. Para el sector empresarial, nuestros valores deberían permitirnos llevar a cabo nuestra misión y alcanzar nuestro propósito de crear valor para nosotros mismos, nuestros acreedores y nuestros clientes. Sin embargo, para que sean útiles, los valores deben mantenerse conscientemente y ser consistentes, no contradictorios.
Actualmente, algunos líderes empresariales practican valores conflictivos que les impiden actuar con claridad y confianza en sí mismos, y es por eso que dicen estar en contra de la corrupción, pero actúan fomentándola. Escuchémoslos con precaución y sigamos haciendo negocios éticamente si realmente queremos salir de este camino de corrupción y pobreza.
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