Y muchas personas que tienen un gusto musical, digamos, diferente tienen una batalla constante contra este género y todo lo que representa. Incluso estigmatizan a las personas que lo escuchan y desprecian a las personas que lo realizan. Mucho odio, mucho miedo a lo que no les gusta. Recuerden lo que dijo Yoda: el miedo lleva al enojo, el enojo al odio y el odio al sufrimiento. Créanme: es verdad. Lo sé porque fui estigmatizado por ser roquero en mi juventud. Sé lo que se siente y no es nada lindo.
Lo primero que hay que entender es que el reguetón es un producto artístico cultural. Ya estoy escuchando esos gritos: «No, eso no es cultura. Es una moda de mierda. Es la raíz de todos los males de la sociedad». Pero sí. Es un producto artístico cultural. Claro, en la definición de arte cabe literalmente cualquier cosa. Si no, vean las obras que vendía Piero Manzoni.
Entonces, el reguetón es un producto artístico cultural, pero que está hecho con el objetivo último de vender. Y honestamente no creo que haya nada malo en eso. Todos tenemos que vivir de algo. Cada canción es como un jingle. Hoy las radios suenan justo como la radio del futuro planteada en Demolition Man, pero con un ritmo más repetitivo, menos interesante y con letras que venden el producto más atractivo de todos: el sexo.
Muchas canciones de reguetón (al menos las más famosas) instalan en sus oyentes hombres la idea de que son una especie de Ron Jeremy latino capaz de complacer duro a cualquier mujer. Y en sus oyentes mujeres, la idea de que no son más que un cuerpo como el de Jessica Rabbit, cuya única función en la vida es recibir duro todo lo que venga de los hombres.
Y así, entendiendo este producto cultural como meros jingles misóginos de sexo, sus detractores deben saber que es imposible compararlo con otros productos culturales como el rock, por ejemplo. Porque equiparar estos dos géneros está tan fuera de lugar como comparar un plan (de seguro) dental con un barril de cerveza. Simplemente no tienen relación. Tienen usos completamente diferentes. Muchos eligen el barril de cerveza, algunos el plan dental y otros las dos cosas, y no pasa nada. El peor argumento contra el reguetón es decir que no es tan bueno como el rock. Son dos mundos diferentes.
Tampoco quiere decir que la misoginia y el hablar no libremente, sino explícitamente, de sexo sean elementos exclusivos del reguetón. Claro que en cualquier género musical o expresión artística existen piezas que lo hacen. Así que, en ese sentido, no se puede ser un sith y pensar en absolutos.
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Por eso es que a iniciativas como las del cantautor mexicano Aleks Syntek de prohibir la difusión de reguetón (perreo intenso) en lugares públicos de México para «evitar la hipersexualización de niños, niñas y adolescentes», aunque loables, no están bien pensadas. Primero, porque, aunque tuvieran éxito, es imposible sacar esta música del espacio público más grande del mundo, ese que todos llevamos en el bolsillo: el Internet. Segundo, porque si algo nos ha enseñado la historia es que con censura nada se logra. Y tercero, porque hay que tener en cuenta que cualquiera que deje la educación sexual en manos de un grupo de canciones definitivamente está haciendo algo mal. Creo que al final sería peor que todos los productos culturales estuvieran supeditados a lo que el conservador de turno considerara correcto. Eso es tan peligroso como una espada Hattori Hanzo.
Tampoco se puede decir que está bien que exista música que promueva este tipo de conductas, pero conspirar estigmatizando, insultando o tratando de censurar una expresión artística cultural por el simple hecho de que no nos gusta o de no compartir su sistema de valores es como conspirar contra nosotros mismos. Es golpearnos una y otra vez como Tyler Durden y el narrador. Es confiar muy poco en nuestra propia capacidad de educar, de mostrarles mejores caminos a los jóvenes, no solo musicales, sino de la vida. El reguetón no es un Demogorgon. No es el culpable de la violencia sexual, como tampoco Marilyn Manson lo es de los tiroteos en las escuelas o Los Tigres del Norte del narcotráfico.
El reguetón no es más que un género musical, en mi opinión nefasto, pero tampoco debe ser un chivo expiatorio para evadir la responsabilidad de educar a los más jóvenes con el suficiente criterio para rechazar esta música desechable y con suficientes herramientas (educación integral en sexualidad) para no asumir la vida como estas canciones la plantean: como un simple episodio de Noches de clímax.
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