El modelo económico conservador, adoptado desde los años ochenta hasta nuestros días por varios países de la OECD, ha procurado culpar al Estado de los males de la economía (reduciendo su peso en relación al mercado) y ha promovido una redistribución del ingreso desde los sectores medios y bajos hacia los más ricos. A fin de mantener un nivel creciente de consumo como motor del crecimiento económico, el gobierno y las familias han tenido que recurrir al endeudamiento público y privado. Pero la crisis de sobreendeudamiento solo podrá resolverse con niveles crecientes de ahorro por parte de las familias y los gobiernos.
Darles más poder de ahorro a las familias y los gobiernos es posible si se logra aumentar su participación en el conjunto del ingreso nacional. Los ricos tendrán que pagar más impuestos y recibir menos beneficios para que este esquema redistributivo pueda ponerse en práctica tan pronto sea posible. Y lo anterior además debe darse en un contexto de creciente gasto privado y público, lo cual implica que tendrá que darse en un contexto de creciente productividad y generación de riqueza.
El capitalismo sí tiene por lo tanto salida a esta crisis. Pero el esquema capitalista que permitirá esa salida se parecerá más a los capitalismos de Estado o socialismos de mercado de las economías emergentes, que a los capitalismos neo-liberales de finales del siglo XX y principios del presente siglo. Y por eso es posible reflexionar nuevamente en la construcción de economías poscapitalistas como modelos de convivencia y desarrollo económico que serán dominantes a fines de este siglo.
¿Cómo podrán ser compatibles estos modelos de capitalismo de Estado o socialismo de mercado con la necesidad de democracias ciudadanas más participativas y abiertas? En principio, habrá una sinergia positiva entre ambos procesos históricos porque la economía generará una expansión de la clase media y la política abrirá espacios para que esa clase media tenga voz y ejerza poder.
En segundo lugar, una democracia más ciudadana y abierta dependerá de la creciente expansión de las tecnologías digitales de comunicación pues estas democratizarán la creación y producción de medios de comunicación digitales, con barreras financieras de entrada muy bajas y con capacidades de alcance a públicos masivos. Esas mismas tecnologías de comunicación posibilitarán la creación y reproducción de esquemas de negocios con costos de mercadeo bajos y con posibilidades de proyección prácticamente ilimitadas para ofertas diversas de servicios personales. Ambos procesos reforzarán simultáneamente el sentido participativo en la gestión social y comunitaria, así como el sentido social de la producción de servicios y algunos bienes artesanales.
Todo lo anterior pareciera anunciar la posibilidad de que democracia ciudadana y esquemas económicos poscapitalistas puedan convivir armoniosamente. Pero no todo pasa por este tamiz color de rosa, pues existen al menos cinco mercados fundamentales que se pueden constituir en amenazas para una democracia ciudadana: el mercado de las fuentes de energía, el mercado de los alimentos esenciales, el mercado de las medicinas y los productos químico-industriales, el mercado financiero y el mercado de las armas. Todos estos mercados favorecen la construcción de oligopolios y monopolios a nivel de país, de región, y a nivel global, en áreas que pueden amenazar las bases de reproducción de la vida humana individual y social. Y por ello, la lógica del lucro del mercado y de la propiedad privada no puede ser su única guía. Todos estos mercados requieren o de una fuerte participación del Estado y esquemas efectivos de regulación pública que permitan su control por parte de la democracia ciudadana e impida el sojuzgamiento de los medios de reproducción de la vida frente al poder de élites económicas.
En resumen, la democracia participativa ciudadana y abierta será compatible con formas de organización económica que fortalezcan el poder adquisitivo y la capacidad de ahorro de las clases medias y del sector público, que generen espacios de interacción económica y comunicación social a través de redes digitales, y que se fundamente en un control social de los principales mercados que permiten la reproducción de la vida.
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