Mi postura sigue siendo en favor de la despenalización y la legalización total de los narcóticos ilegales. Sin embargo, quisiera enfocarme en lo que ha sido la ruta convencional que los Estados Unidos (EEUU) trazó para lidiar con el problema: declarar la guerra contra las drogas.
Reconociendo que este es un problema muchísimo más complejo, considero necesario discutir las cuatro generaciones de la guerra para analizar una posible guerra contra las drogas en el caso de Guatemala. Estas generaciones tienen una aplicación histórica y pretendo aquí referirme a su concepción más básica y elemental y no a su aplicación táctica y política.
La primera generación de guerra tiene que ver con el uso exclusivo de la fuerza bruta. O como decía mi profesor, quien tiene el garrote más grande. En el caso de Guatemala tendríamos que discutir la cuestión de armamento. ¿Qué tan bien armado esta el ejército y la policía como para hacerle frente a los cárteles y sus milicias? La respuesta es bastante molesta, de acuerdo a uno de los wikileaks del Departamento de Estado, la mayoría de armas se consiguen en Centroamérica. Muchas son el saldo de la reducción de los ejércitos, como el de Guatemala, que pasan a formar parte de un mercado negro que abastece a los cárteles. Sin embargo, si tomamos en cuenta las declaraciones de algunos capos capturados, las armas las obtienen de los Estados Unidos. De cualquier forma entraríamos a una guerra contra un enemigo que tiene la misma (en el caso del ejército) o mejor (en el caso de la policía) capacidad de armamento que nosotros. No veo resultados favorables en este renglón.
La segunda generación se asocia en términos generales al recurso humano. La cantidad de soldados es siempre un factor de peso en las guerras. En el caso de Guatemala el ejército fue disminuido no en un 33% como decían los Acuerdos de Paz sino en un 66% durante el inepto gobierno de la GANA. Para echarle sal a la herida, grupos como los Zetas han venido al país a reclutar exsoldados para que se sumen a sus filas, soldados que conocen muy bien el territorio nacional. En el caso de la policía, el único cambio positivo que ha tenido en comparación a la vieja policía nacional es el uniforme. Con la pobreza extrema de Guatemala y el resto de países centroamericanos, el istmo es un terreno fértil para la mano de obra que necesitan los cárteles. En el papel, una guerra así la perdemos fácil.
La tercera generación de guerra se caracteriza por la tecnología para que los combates sean a distancia y no cara a cara. Desde los ochentas, los cárteles han sido innovadores en las maneras en las que transportan droga hacia los EEUU, burlando todos los controles fronterizos. Las drogas entran por aire, por encima y debajo de la tierra y por encima y por debajo del agua. En México han sido encontrados tanques artesanales que manejan a mayor velocidad que un tanque de guerra convencional y que cuentan con el mismo poder destructivo. En Colombia han localizado centros de operación con radares capaces de monitorear aviones, lanchas, camiones y submarinos (así es, leyó bien) con cargamentos de narcóticos. Enfrentar a los cárteles con medios tecnológicos tendrá un único resultado, inmediato y contundente: game over.
Por último, está la cuarta generación de guerra, que es la guerra psicológica, la guerra de guerrillas. La guerra en donde la línea entre político y narco; soldado y civil es casi invisible. Nosotros ya experimentamos una guerra de este tipo con un saldo trágico para la población civil del cual el país aun no se recupera. ¿Vamos a repetir los errores del pasado? Dígame estimado lector ¿quién es narco? Acaso el “sombrerudo” con camisa a cuadros con un cincho que tiene una bandeja por hebilla y que maneja un Hummer. O será el “entacuchado” con zapatos italianos que maneja un Mercedes. En una guerra de cuarta generación “el enemigo” es un objetivo no identificable y se necesita de muchas horas, de mucha paciencia y de muchísima inteligencia para dar con él.
Seguir la política de guerra que trazó EEUU y que siguió México bajo Calderón es dar inicio a un conflicto que, no solo en el papel sino en la realidad, será más sangriento que los 36 años de conflicto interno, de eso estoy seguro.
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