La marcha por el agua fue un éxito tremendo. Por donde pasaron esos caminantes dejaron regadas gotas de conciencia. Hasta en la ciudad obligaron a la gente a pensar en el mayor problema que tenemos, en cómo vamos a sobrevivir si seguimos perdiendo y arruinando el agua que tocamos; y ése era su primordial objetivo.
Salieron desde La Mesilla, desde Tecún Umán, desde Purulhá. Ellos las llamaron "las vertientes", como las tres grandes vertientes de nuestro país. En total caminaron, para hacer conciencia sobre el agua, 510 kilómetros. En algunos tramos era unas 600 personas. En otros, más de 5,000. Cuando entraron a la Plaza y "los de la ciudad" nos unimos a su marcha, sumábamos más de 30,000 almas conmovidas.
Algunas de las personas que caminaron nunca habían salido de sus comunidades. Pensaron que el abandono en que se encuentran se debe a que nadie conoce su historia, y quisieron venir a la ciudad a contarla. En el camino entendieron lo que pasa con el agua, cómo está la tierra sobre la que corre tratando de llegar al mar. Ese mismo sol que les quemaba la cabeza, la espalda y los pies, cocinaba la tierra desnuda a lo largo de cientos de kilómetros recorridos. A su paso encontraron árboles quemados, areneras, cementeras; e interminables plantaciones de hule, de palma aceitera, de banano y de caña de azúcar, de donde vieron salir entre el humo a unos cortadores de caña, machete en mano, tan famélicos y deshidratados que compartieron algo de la poca agua que llevaban con ellos...hasta que aparecieron los caporales y ese instante de solidaridad y ternura se esfumó repentinamente. Entonces siguieron su camino, con las imágenes de esas caras ennegracrecidas clavadas en el corazón.
Con caites, tenis, chancletas...hasta descalzas caminaron miles de historias. Algunas notables e impresionantes, como la de Cajolá. Personas que piden que les devuelvan un pedazo de tierra que les fue arrebatado hace cientos de años, a sus abuelos. Desde hace muchos años esperan que el gobierno escuche su reclamo. No tenían cómo venir hasta la ciudad, así que cuando escucharon sobre otras y otros que marchaban, decidieron unirse. La mayoría no conocía la capital. Y al final la gota más constante en la vertiente sur fue Cajolá. Las más visibles, las notables fueron las mujeres, con sus güipiles corintos con rayitas azules, encabezando el cortejo, con su dignidad por delante. Las mujeres de Cajolá saben dónde nace su río, saben que se junta con el Cuilco y el Samalá, y saben que llega hasta Champerico. Las impresionó saber que su río arrastra, entre otros desechos, agujas de hospitales hasta el mar.
Cada río cuenta una historia. El Guacalate, el Suchiate, el Madre Vieja, el Pajapita, el Coyolate, el Piyá, el Siquinalá...Y tantos otros que también se están secando... y con ellos el futuro de las comunidades que viven a su lado. Por la deforestación, por el abuso de las agroindustrias, por el consumo humano. Todo contribuye a su muerte lenta.
Por eso decidieron recoger un poquito de agua de cada uno de los ríos que encontraron, y hacer una ceremonia al juntarlos. Como lo hicieron cada vez que se levantaron y que se acostaron en su trayecto, pidieron permiso para caminar y para recoger el agua, aunque estuviera estaba sucia y contaminada en muchos casos. En algunos ríos tuvieron que conformarse con pedir energía a las piedras, que fue lo único que encontraron en el lecho.
Con los pies llagados y reventados siguieron caminando. En muchos sitios se les recibió con alegría y solidaridad; les ofrecieron agua, frescos, y frutas; los bañaron con sus aplausos, con sus sonrisas, y cantaron con ellos. Pero también hubo insultos y rechiflas, de parte de airados conductores que sólo vieron a los agotados marchantes como desagradables obstáculos en su camino.
Los caminantes no querían molestar. Organizaron comisiones de orden, de seguridad, de limpieza. No todo fue perfecto, pero la marcha del agua llegó tranquila hasta la plaza. Kilómetro tras kilómetro, día tras día, bajo el sol abrasador marcharon. Fue un gesto desafiante y digno, para decirle a Guatemala y al mundo: aquí estamos, miren cómo estamos: ¡nos estamos quedando sin agua! Caminaron porque creyeron que serían escuchados en la capital, que serían atendidos; que al conocer sus historias los funcionarios del gobierno reaccionarían.
No sabían lo que les esperaba. En la capital se sabía poco sobre la marcha por el agua. Los medios de comunicación, cuando se dignaban abordar el tema, repetían que la petición de los caminantes era una Ley de Aguas. Algunos, malintencionadamente, remachaban que la marcha era contra la minería, contra las hidroeléctricas, como si eso hubiera sido un pecado mortal. Y algo lograron, pues quienes organizaban una marcha por el agua capitalina para el 23 de abril, en lugar de unir esfuerzos, que hubiera sido lo lógico, aseguraban reciamente que su marcha nada tenía que ver con la marcha de los campesinos. Qué bien saben algunos cómo despertar el miedo y mantenernos divididos.
Por supuesto que se veían pancartas contra esos proyectos, porque éstos constituyen una de las mayores amenazas a su posibilidad de tener agua limpia. Pero, si hubo una demanda fuerte y común, fue contra el desvío de los ríos. La petición es que se castigue, pues es un delito que está contemplado en la legislación vigente. En la mayoría de los casos, quienes violan la ley son empresas poderosas.
La otra mala espina plantada por varios comunicadores fue: ¿quién financia esta marcha? Y como quien no quiere la cosa dejaban en el aire algunas posibilidades. ¡Todas falsas! La marcha fue fruto de un esfuerzo común: quienes marcharon dejaron sus trabajos por varios días, las comunidades por donde pasaron ofrecieron agua, alimento y alojamiento, muchos jóvenes y universitarios, organizaciones sociales, municipalidades y la Cruz Roja apoyaron con todo lo que pudieron. Las mujeres de los mercados capitalinos también se organizaron para recibir con alimentos a los caminantes, que ya venían agotados, tras once días de marcha.
Aunque los grandes medios de comunicación locales apenas se dieron por enterados, la noticia salió en medios internacionales, pues a los reporteros de otros países y a sus editores les impactó saber que miles de campesinas, pescadores y agricultores decidieron emprender una marcha difícil y sacrificada, con la esperanza de hacer conciencia entre la ciudadanía y el gobierno, sobre la crisis de escasez y de contaminación del agua. En la ciudad de Guatemala, gracias a las redes sociales, el recibimiento fue solidario, hermoso, digno. La ceremonia para juntar todas las aguas que trajeron en la Plaza arrancó lágrimas de emoción, así como el gesto de lavar los pies cansados y polvorientos de las mujeres que llegaron con sus niños a tuto. Las mujeres de Cajolá decidieron entonces quedarse, para hablar con el Presidente. Qué poco entienden ellas de la indiferencia ladina. Como tampoco pudieron imaginar los caminantes la taimada reacción de quienes traicionarían a los pocos días la confianza que ellos mantenían.
La marcha por el agua fue ejemplar en todo el sentido de la palabra. Pacífica, auténtica, ordenada, solidaria. Yo estuve en la primera celebración del Día de la Tierra, hace 26 años, y en muchas otras más... Jamás el movimiento ambientalista logró convocar a tantas personas. Ojalá el resto de la ciudadanía guatemalteca entienda que solamente juntos podemos luchar por devolverle a Guatemala condiciones de vida dignas, justas y sanas. Esa es la lección más importante que nos dejan las hermanas y los hermanos que marcharon por nuestras aguas.
La lista de los 70 diputados traidores, que votaron por no conocer una moción privilegiada para reformar el Código Penal para que se sancione a quienes desvíen los ríos y hagan uso indebido de las aguas, es esta:
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