No se trata de exigir demasiado ni quitarle mérito a la propuesta de despenalizar las drogas presentada por el gobierno de OPM, la cual apoyé desde este espacio. Pero ir a la Cumbre de las Américas a discutir en privado el asunto para después endosárselo a la Organización de Estados Americanos (OEA) es un golpe que saca el aire. Las palabras se las lleva el viento y como en el futbol, el buen juego es una idea romántica que mantenemos los puristas de ese deporte; el mundo recuerda a los campeones, independientemente de que jueguen bien o no.
Tiene razón el excanciller Edgar Gutiérrez, faltó “formular y articular políticas y estrategias” sobre la despenalización. Un “documento mártir”, como le llaman algunos colegas, era necesario para que el mismo sea la base de la discusión. Esto queda ahora en manos de la OEA o al menos eso piensan los ingenuos.
Sumida en una crisis económica y política, la OEA lleva ya muchos años de no gozar de la capacidad de formular políticas y defender los principios bajo los cuales fue constituida. Lo hizo durante los años noventa bajo la administración de Baena Soares y Gaviria. Desde inicios del siglo XXI, la sombra de los Estados Unidos contribuyó a la desarticulación de programas como la Unidad de la Promoción de la Democracia, los cuales fueron bastante efectivos en su momento. Fue así como la agenda interamericana dio un giro de 180 grados para ajustarse, nuevamente, a la política exterior de la administración de Bush hijo, caracterizada por la “guerra contra el terrorismo”. Otra aberración emparentada a la “guerra contra las drogas”.
De esa misma manera solía funcionar la OEA durante el período que conocemos como la Guerra Fría. El ente regional funcionaba como un foro para legitimar las acciones intervencionistas en la región por parte de los Estados Unidos. En 1986, ajustándose a la política de la administración Reagan y los programas liderados por la primera dama se creó la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD). No es ninguna coincidencia que sus programas sean virtualmente idénticos a los de la Agencia Antinarcóticos de los Estados Unidos (DEA). Creer entonces que habrá una comisión independiente que discuta “nuevas rutas contra el narcotráfico” justo cuando la administración de Obama anuncia su nueva política contra las drogas, es pedirle peras al olmo.
¿Qué va a pasar? Dentro de algunos meses, dos funcionarios, uno de la OEA y otro del Departamento de Estado de los Estados Unidos se van a reunir a almorzar en algún lugar entre la avenida Constitución y la calle F en Washington DC. Seguramente en algún café a comer un emparedado. El funcionario del Departamento de Estado va a invitar y antes de terminar de comer le entregará al funcionario de la OEA un sobre manila dentro del cual encontrará un informe sobre lo que será la política que el ente regional seguirá sobre el tema de la despenalización. Luego le dirá que si tiene alguna duda sobre el lenguaje utilizado (porque el fondo no se discute) que lo llame y le entrega su tarjeta de presentación.
Así es el futbol, la OEA tocará, tocará y tocará el balón pero nunca rematará al arco mientras que nosotros en Centroamérica bailaremos la danza de la muerte que ha supuesto esta guerra sin sentido. La esperanza me queda (ahora el ingenuo soy yo) de que el futbol da revanchas y la pelota sigue rodando. Quizá algo aún quede por hacerse.
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