Vestirse de toga es una de las metas más acariciadas por los estudiantes, especialmente si son los primeros de la familia en lucir tal símbolo de privilegio y superación. Nadie escatima esfuerzos para costearse el regocijo. Sin embargo, el momento triunfal será en breve interrumpido por la dura realidad oculta bajo el birrete.
Las evaluaciones a graduandos aplicadas por el Ministerio de Educación en 2010 (tanto en instituciones públicas como privadas), indican que solo 22 estudiantes de cada 100 comprenden lo que leen y solo 5 de cada 100 demuestran tener las habilidades lógicas necesarias para analizar acertadamente los acontecimientos de su vida cotidiana y decidir en consecuencia.
Estos jóvenes son las futuras cabezas de hogar que han de guiar el futuro de los niños y jóvenes guatemaltecos. Este es el perfil de los políticos y decisores públicos en quienes recaerá la responsabilidad de dirigir el destino compartido. Esta es la lucidez de los ciudadanos que tendrán que interpretar, dialogar y liderar nuestro tránsito por los confusos laberintos del desarrollo. Esta es la calidad del recurso humano que Guatemala está poniendo a disposición del mercado laboral y las demandas productivas. Es preocupante.
Hace algunos años, cuando María del Carmen Aceña estaba al frente del MINEDUC, se evaluó la calidad educativa de instituciones públicas y privadas. La medida crispó los nervios a los empresarios de la educación quienes, movieron cielo y tierra para lograr que los resultados no fueran publicados. Lastimosamente, lograron su cometido y estos estuvieron a disposición temporal del público únicamente en la página web del Ministerio. Tengo la impresión de que fueron poco consultados por distintas razones: falta de información y divulgación, dificultad para acceder y manejar las nuevas tecnologías de información, o legítimo desinterés. En este último caso hay que considerar que si bien, la calidad debería estar por sobre cualquier otro criterio al momento de elegir el centro educativo de los hijos, esto no siempre así. A veces se antepone la accesibilidad e incluso el estatus social que este confiere.
Los datos confirmaron la sospecha en cuanto a que existe escasa o nula relación entre costo y calidad educativa, así que aquellos padres que pensaron que el pago de una cuota mensual compraba un poco más de calidad, experimentaron el agrio sabor del fraude y descubrieron que si algo se ha democratizado en el país es la ignorancia. Una ignorancia que luego se acarrea a las aulas universitarias y donde los mejores docentes se ven obligados a disminuir las expectativas de rendimiento.
¿Cómo romper de una vez y por todas con este sistema que nos programa para memorizar y comportarnos como autómatas despojados de curiosidad y pensamiento crítico? ¿Cómo liberar a las futuras generaciones del lastre de estar inhabilitado para resolver los problemas más simples de la vida cotidiana?
Nutrición, profesionalización docente, actualización pedagógica, y realización de evaluaciones permanentes y transparentes, son algunas de las soluciones que tratan de avanzar contra viento y marea.
No obstante, los grandes ausentes han sido los padres de familia. No sé si sea exceso de confianza en las autoridades escolares o de gobierno. Quizás sea la carencia de tiempo o su limitado nivel educativo, o bien esa tradicional “pena chapina” que impide hablar, contradecir y cuestionar. Tal vez sea el miedo a ser víctima de represalias por parte de directores y maestros, o el confort que regala la evasión.
Lo que sea es preciso corregirlo. Al cerrar la boca o esconder la cabeza como el avestruz, los padres dejan el futuro de sus hijos en manos del azar o lo que es peor, en manos de un anunciado fracaso.
La escuela necesita de la participación de padres comprometidos y cada vez más calificados para ejercer efectivos procesos de monitoreo educativo. Ellos están llamados a ser educadores directos, a coadyuvar en la educación que se imparte en el aula, a ser partícipes en el funcionamiento efectivo del sistema escolar y a actuar como ciudadanos que intervienen en la discusión pública sobre educación.
Los padres son la piedra angular sobre la cual ha de cimentarse el cambio de esta cruda realidad oculta bajo el birrete.
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