En un peculiar popurrí desfilaron opiniones y oraciones, entremezcladas con las fotografías del cambio de look, las de las últimas vacaciones y las frases de humor. La noche marcó el inicio de esa habitual tregua que durará hasta que el horror vuelva a visitarnos.
Y mientras las palabras saturaban el Internet, un diminuto grupo de mujeres encabezadas por Norma Cruz, arreglaban entre lágrimas un pequeño altar e invitaban a una vigilia que tuvieron que realizar en solitario. Por...
En un peculiar popurrí desfilaron opiniones y oraciones, entremezcladas con las fotografías del cambio de look, las de las últimas vacaciones y las frases de humor. La noche marcó el inicio de esa habitual tregua que durará hasta que el horror vuelva a visitarnos.
Y mientras las palabras saturaban el Internet, un diminuto grupo de mujeres encabezadas por Norma Cruz, arreglaban entre lágrimas un pequeño altar e invitaban a una vigilia que tuvieron que realizar en solitario. Por alguna razón, las exclamaciones de ¡Ya Basta! Y ¡No más!, no movilizaron más que los dedos de quienes las escribían.
¿Por qué? ¿Qué nos pasa que al parecer nada es capaz de movilizarnos? Ni los impuestos ni el Caso de Totonicapán ni los filicidios ni los desmanes del gobierno.
Recordé y repasé aquel ensayo del Dr. Alberto Binder*, donde analiza la fragmentación de la sociedad como estrategia del poder dominante para promover el aislamiento, lograr el control horizontal, alejarla del poder y afectarla en sus capacidades de instituirse en una mayoría con aspiraciones de lograr la supremacía política.
Guatemala es una sociedad fragmentada que parece haber perdido el rumbo de su propia causa, un país desorientado en cuanto a sus objetivos comunes, imposibilitado de levantarse y asumir luchas colectivas. Nuestro sistema político está atomizado en grupos con escasa capacidad de poder, orientados hacia fines exclusivos o parciales, e inhabilitados para celebrar pactos.
Esta estrategia de fragmentación del poder dominante se apoya en los siguientes mecanismos, que sin duda le sonarán familiares:
- El afán en los últimos tiempos por declarar la muerte de las ideologías. Las ideologías, además de ser interpretaciones de la realidad socio-política, implican la asunción de una utopía social que lucha por alcanzar un estadio ideal colectivo de bienestar. La utopía es el elemento movilizador que impulsa y guía las luchas ciudadanas. Es por ello que sin las ideologías, no hay adhesivos, somos algo así como un cuerpo desmembrado.
- El milenarismo. Se apoya en promover la idea de que “Hubo una época de oro”, un tiempo político y económico en que todo fue mejor, las clases políticas eran más cultas y responsables, había más limpieza, prosperidad, orden y seguridad (“La tacita de plata”). Por consiguiente, estábamos mejor y todo lo acontecido desde entonces ha sido pura decadencia, razón por la cual es preciso buscar la restauración de ese momento glorioso sin saldar ninguna cuenta con el pasado. Este mecanismo busca adueñarse de la conciencia histórica.
- La declaración de “la peste”. Se infunde miedo en la sociedad frente a un mal potencial que amenaza a todos. Este mal puede ser real o imaginario (inseguridad, drogas, terrorismo). Con ello se genera una sensación de emergencia que permite alterar la escala de valores pues lo único que importa es atacar el mal (el fin justificará los medios). La sociedad victimizada se abandona en las manos de quienes percibe como potenciales salvadores. “La peste” suele apoyarse en chivos expiatorios como culpables.
- El naufragio. Es la nueva versión del individualismo implícito en la imagen “light” de la vida confortablemente feliz: la moda, las dietas, la comida gourmet, el ejercicio. El naufragio es el momento en que se privilegian los valores particulares por sobre los colectivos, se caracteriza por la incomunicación, o como decía mi madre “Cada quién en su casa y Dios en la de todos”.
Estos mecanismos se han aplicado a cuenta gotas, pulverizándonos paulatinamente y con sutileza como sociedad. Su reflexión debe llevarnos a recuperar el futuro compartido como espacio de la política, a valorar la historia que nos explica y da sentido, y a valorizar el diálogo como lugar de encuentro y recuperación del respeto a los pactos y consensos.
* La sociedad fragmentada. Caracas, 1991.
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