En esa línea se encuentran desde los extremistas del Tea Party en Estados Unidos, hasta las variantes conservadoras más moderadas de Canadá y Europa (las cuales desean un menor rol para el Estado, pero no condenan necesariamente su intervención en políticas sociales y económicas).
Por otra parte, del lado de la izquierda han surgido movimientos en dos sentidos. En primer lugar, los que creen que el problema actual tiene relación con una disfuncionalid...
En esa línea se encuentran desde los extremistas del Tea Party en Estados Unidos, hasta las variantes conservadoras más moderadas de Canadá y Europa (las cuales desean un menor rol para el Estado, pero no condenan necesariamente su intervención en políticas sociales y económicas).
Por otra parte, del lado de la izquierda han surgido movimientos en dos sentidos. En primer lugar, los que creen que el problema actual tiene relación con una disfuncionalidad estructural de las democracias liberales. Dentro de ese ángulo se encuentran movimientos como el de los indignados en España y sus reclamos por reformas al sistema político para abrirle espacio a una democracia que realmente responda a los intereses ciudadanos. Y en segundo lugar, los que creen que el problema es no solo del sistema político sino sobre todo de la estructura socio-económica y reclaman un retorno al pacto redistributivo del capitalismo que construyó la clase media de los países de la OECD en la segunda mitad del siglo XX.
En los países con economías emergentes, el debate es un poco distinto ya que las posiciones conservadoras son minoritarias. Por eso la discusión en Brasil, China, India o Rusia se centra mucho en dos temas: las inequidades y cómo construir sociedades con clases medias más amplias; y la relación entre eso y sistemas políticos más abiertos y democráticos. Pero estos debates se dan en un marco donde el capitalismo liberal ortodoxo no es considerado una opción de organización económica. Esos cuatro países poseen economías con amplia presencia del Estado y la idea de privatizar y reducir las capacidades regulatorias públicas del mercado son consideradas antiguas y superadas (algo de hace unos 10 a 15 años atrás, pero no de esta época).
Así, tanto por la crisis económica en los países de la OECD como por los debates en los países con economías emergentes, la idea de un capitalismo de nuevo cuño o, incluso, de una sociedad poscapitalista empieza a surgir con fuerza. Y por ello es posible plantearse de manera histórica y concreta (y no meramente como un ejercicio metafísico) la siguiente pregunta: ¿Qué características debería tener una sociedad poscapitalista?
La pregunta da para un libro y no para el espacio de esta breve columna. Pero permítanme esbozar dos párrafos al respecto. En primer lugar, decir que no importa hacia dónde nos dirigimos, deberíamos preservar la idea de que el Estado tiene un poder discreto –limitado- frente a los ciudadanos. La idea de que el poder público tiene un límite claro –el respeto a nuestros derechos y a nuestra dignidad individual y colectiva– me parece esencial. No es posible que pretendamos avanzar con sociedades donde quienes ejercen el gobierno creen poder hacer con los ciudadanos lo que les dé la gana.
En segundo lugar, creo que me gustaría cualquier sociedad donde se promueva el espíritu empresarial. Es decir, la capacidad individual y colectiva para crear empresas económicas, sociales, culturales y políticas. Y que el Estado sea no solo un garante sino incluso un estimulador de dichas capacidades empresariales. Cómo estimular el espíritu empresarial sin convertir el lucro en el fin último de la sociedad me parece uno de los desafíos más interesantes en la construcción de un modelo de convivencia social poscapitalista.
(fin primera parte)
Más de este autor