El primero, que cualquier sociedad poscapitalista debería basarse en un poder discreto del Estado sobre las personas y las comunidades (un poder delimitado por normas jurídicas), pues las experiencias del socialismo real dejaron en claro que el poder público ilimitado (sin control ciudadano) produce formas de autoritarismo político que terminan irrespetando los derechos humanos. Y el segundo, que una sociedad poscapitalista debería permitir la existencia de la empresarialidad individual y colectiva, ya que esta característica del capitalismo ha permitido generar espacio para innovaciones tecnológicas, incrementando la productividad humana de manera asombrosa.
Pero si en una sociedad poscapitalista, el Estado tiene límites para su funcionamiento, y la empresarialidad es una forma de organización económica permitida por la sociedad, cabe hacerse la pregunta obvia: ¿en qué se distingue esto del capitalismo existente actualmente? En las siguientes líneas trataré de encontrar respuesta a esta interrogante.
En primer lugar, me parece que la crítica al capitalismo debe fundamentarse en tres criterios básicos: primero, el hecho de que es un sistema donde el poder económico puede cooptar totalmente el poder político y esto destruye las bases mismas sobre las que se fundamenta el Estado democrático (igualdad ante la ley y respeto universal a los derechos humanos); en segundo término, el hecho de ser un sistema que busca que el conjunto de la sociedad se rija únicamente por criterios económicos a la hora de tomar decisiones de bienestar individual y colectivo; y tercero, el hecho de que es un sistema que monetiza las relaciones humanas y las convierte en simples mediadoras de relaciones económicas, dando un valor desmedido a la riqueza material y a la acumulación de bienes como indicadores de éxito social.
En pocas palabras, el capitalismo sacrifica la democracia en el altar del poder económico, reduce el logro del bienestar social al logro del bienestar material, y glorifica el lucro y la acumulación de bienes como únicos indicadores de éxito social e individual. Un sistema poscapitalista debería asegurar que el poder político democrático y ciudadano siempre sea más poderoso que cualquier poder económico, que el bienestar social no solo se comprende como bienestar material, y que el éxito social e individual no está vinculado únicamente (ni principalmente) al enriquecimiento material.
El socialismo real del siglo XX logró alcanzar algunas de las metas señaladas. Es notorio por ejemplo que Cuba es un país donde la gente aprecia a las personas por lo que son y no solo por lo que tienen, y que la sociedad tiene un concepto de éxito que incluye valores como la solidaridad, el deporte, la cultura y el desarrollo del conocimiento científico. El problema es que Cuba, al igual que otros países del fracasado modelo soviético, alcanzó dichos logros en el marco de un Estado con amplios poderes para restringir los derechos individuales, y con escasa capacidad para generar riqueza material. El socialismo real es por lo tanto un ejemplo de sociedad poscapitalista que fracasa por su autoritarismo político y por sus limitaciones económicas que impiden generar un mínimo de progreso material.
Las sociedades poscapitalistas del siglo XXI deberían poderse plantear un marco diferente, con Estados democráticos plenamente respetuosos de los derechos humanos, y economías que promuevan incrementos significativos en la productividad, convirtiendo el bienestar material en uno de los medios para alcanzar mayores niveles de bienestar humano. Cómo es posible hacer esto, será el tema de la próxima columna.
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