Silencio. Eso está escrito en la sala de la Biblioteca Municipal de Rabinal. Sobra la advertencia: no hay quien lo quebrante. Sólo, al fondo, está el bibliotecario, Leonel Morales.
La biblioteca fue fundada en 1992. Antes estaba en la iglesia del municipio y apenas albergaba mil libros. En 1998 un grupo de maestros consiguió una donación del Banco de Guatemala y, tras un acuerdo con la municipalidad, la biblioteca se trasladó a un espacio privado. Hoy, el banco proporciona los libros y los muebles, mientras que la comuna da el inmueble y al personal. Gracias a esa iniciativa de aquellos docentes la biblioteca alberga 4mil textos. Mil llegaron por medio de la municipalidad y 3mil fueron cedidos por el banco.
No hay un trato igualitario para los libros. Se evidencia cuando éstos se deterioran. Cuando los donados por el banco se estropean los envían a la capital para su restauración. Los otros, en cambio, esperan en silencio el desgaste de sus páginas.
Un libro que sufre en silencio los embates del tiempo es Memoria de las masacres de Río Negro, que recoge el testimonio de Jesús Tecú, uno de los sobrevivientes en esa matanza. Sus páginas se despegan del resto del cuerpo como hojas en una tormenta. Es uno de los más consultados.
Mejor suerte tuvo, por ser una donación del banco, Masacres de la Selva de Ricardo Falla. Debido a las constantes consultas se estropeó, pero retornará en los próximos meses luego de ser reparado.
La biblioteca municipal está situada en la misma esquina de la calle donde se encuentra el Museo Comunitario de Memoria Histórica. Y surgen las interrogantes: ¿La historia reciente de Rabinal ha llegado a sus estantes? ¿Los habitantes del pueblo vienen a conocer su historia?
Hay muy pocos textos de estudio que tratan el tema del conflicto armado en Guatemala, y más escasos aún los que abordan lo relacionado a la violencia en Rabinal. Además del testimonio de Tecú, otro libro que se puede consultar en la biblioteca y que plantea la guerra es Rabinal, historia de una pueblo maya, escrito por Fernando Suazo López. Hay ocho textos más que exponen lo relacionado al enfrentamiento. Eso es todo.
El personal cuenta sólo con una computadora, pero es para asuntos administrativos. La búsqueda de títulos se hace por medio de fichas. Si se rastrea “memoria”, hay una que refiere a un texto de sicología, y si se consulta la palabra “guerra”, sugiere los textos de los acuerdos de paz. Los visitantes prefieren consultarle al encargado del recinto. Él conoce el contenido de cada pieza que guardan esos anaqueles, cubiertos de un plástico transparente para protegerlos del polvo y del calor.
El público principal de la biblioteca son los estudiantes. “Por lo general buscan información de otras temáticas, no tanto sobre el conflicto armado, y si lo hacen se acercan al Museo Comunitario de la Memoria Histórica”, explica Morales.
El bibliotecario tiene dos años de trabajar en ese sitio. Recuerda que en el 2012, alrededor de 300 personas visitaban el lugar cada día. En el último año llegan apenas 30. Ese distanciamiento ha sido por culpa de internet, sospecha Morales. “Los estudiantes han abandonado los libros”, se lamenta el encargado.
Los niños son los que más llegan, debido a que son ellos quienes tienen más acceso a la educación. Conforme se escalan los grados, los escolares van abandonando los centros educativos. Solo el 12 por ciento de los guatemaltecos accede a la educación superior, y el porcentaje de graduados universitarios es mucho menor.
Morales recuerda que solamente 10 veces se ha llenado la biblioteca. Un día llegó todo un grado completo a investigar el mismo tema. El maestro les aclaró a sus alumnos que debían ir a la biblioteca y buscar los libros, esa era la tarea. El bibliotecario cuenta que se sentía feliz. Ir a la biblioteca se ha convertido en una especie de viaje al pasado.
Uno de los últimos ejemplares que llegaron a la biblioteca es un libro de fotografías titulado Rescatando nuestra memoria, de Jonathan Moller y Derrill Bazzy. La foto de portada son las manos de Daniel, quien sostiene el retrato de su padre masacrado en Nebaj, Quiché, en 1982. Ese rostro de rasgos indígenas y piel morena contrasta con el cabello rubio y los ojos azules de la portada del texto más antiguo que tiene la biblioteca: Manual de moral y urbanidad, editado en 1985, en España.
Pese a sus contrastes, el primero y el último libro en llegar tienen algo en común: nadie los ha pedido desde que Leonel Morales ha estado ahí. “Eso tiene el pasado, que ya se quedó atrás”, reflexiona el bibliotecario.
La vida de Leonel Morales, el bibliotecario, tiene cicatrices del conflicto. Cuando nació, en 1983, se desataba la violencia más extrema de la guerra. “Mi padre se salvó de que la guerrilla lo matara”, recuerda. “Y mi madre se salvó apenas de que el ejército la matara”, añade el bibliotecario.
Lo que él sabe del conflicto armado lo ha aprendido de los libros. Le gusta mucho leer, un verbo que para muchos no llega a una acción en Rabinal. En el 2012 el Comité Nacional de Alfabetización (CONALFA), estimó que en Rabinal hay alrededor de 4mil personas analfabetas.
En la biblioteca de Rabinal también está escrito en un cartel: Un pueblo que lee progresa. Por eso, para Morales cada lector cuenta y cada visita a su reino silencioso es una pequeña victoria. Antes de partir, el bibliotecario comparte una última historia: Cada semana vienen tres pequeños hermanos. Piden libros, se sientan y recuperan una antigua tradición que es tan fuerte como las tragedias y las masacres.
*Este artículo se realizó en el marco de un taller con la DW Akademie.